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Comentario a Lucas 4, 24-30:
Una semana más de este tiempo de Cuaresma para reflexionar, para amar la Palabra de Dios. Tenemos que amar lo que Jesús nos dice, aunque a veces nos cueste y nos duela, como el Evangelio de ayer que nos hablaba de la urgencia en convertirnos. Tenemos que convertirnos, tenemos que cambiar, no podemos seguir viviendo como siempre. Vos podés cambiar, yo también puedo cambiar. Todo podemos ser más santos. Jesús nos tiene paciencia, es el viñador, acordate. Sin embargo, toda paciencia tiene un límite. La paciencia de Dios es infinita, pero nuestra vida no. Por eso, una vez más, tenemos que despertarnos de este letargo, de este mundo que a veces nos quiere adormecer la conciencia y nos quiere convencer de que podemos seguir viviendo así, que ya está, que no tenemos nada que cambiar. No, no es así, nosotros, los cristianos, tenemos conciencia de que con la gracia de Dios todo lo podemos. Bueno, levántate como estés, levántate y ponete a caminar una vez más porque Jesús nos quiere santos.
Hace unas dos semanas, cuando empezamos la Cuaresma, apareció un texto en la primera lectura que quisiera volver a rescatar como introducción, también, y para ayudarnos a asimilar la Palabra de cada día. Un texto que habla sobre la Palabra misma. Dios mismo nos enseña lo que hace su Palabra, Dios mismo nos habla con su Palabra, es el mismo Dios que hace la obra con su Palabra, en cada uno de nosotros. Por eso lo mejor que podemos hacer es dejar que Dios haga su obra. El trabajo más arduo en nuestra vida no es en realidad hacer muchas cosas, sino más bien dejar que Dios obre, porque en definitiva él es el hacedor de nuestra vida, o por lo menos debería serlo. Él es el viñador y el dueño de la viña. El texto decía así, lo iremos desmenuzando también en estos días:
«Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé».
Es una maravilla y es muy lindo volver a escuchar este texto. La Palabra de Dios es comparada con la lluvia y la nieve que vienen del cielo. La Palabra de Dios viene del cielo, viene de lo alto aunque nos venga desde un medio humano, desde lo cotidiano, desde un libro, desde un audio, desde una persona, desde algo que nos pasó. Una cosa no quita la otra, al contrario, sino que una cosa necesita de la otra. Dios no nos puede hablar si no es a través de lo humano, pero al mismo tiempo tenemos que tener la certeza que viene del cielo, viene del corazón de Dios que es Padre y que quiere que caiga sobre nosotros la frescura de su lluvia que es Palabra, que en definitiva es Jesús.
La primera gran verdad que no podemos olvidar nunca cuando escuchamos la Palabra de Dios es que viene del cielo y es bendición, es algo bueno que Dios quiere decirnos, quiere refrescarnos, quiere sacarnos la sed, hacernos crecer, purificarnos. Y como viene del cielo, jamás puede hacernos mal, jamás puede y quiere hundirnos, entristecernos, porque jamás puede ser mentira, siempre es verdad que libera, verdad que anima y consuela, y que a veces desnuda nuestra condición débil, pero que cubre y cura. Así tenemos que escuchar la Palabra. Miremos la lluvia e imaginémonos que así quiere Dios que obre la Palabra en nosotros, como la lluvia obra en la tierra. Miremos la lluvia e imaginémonos que así desea Dios que su Palabra llegue a todos, que moje a todos.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy.
BY Algo del Evangelio
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