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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17723
ALGODELEVANGELIO Telegram 17723
Comentario a Lucas 9, 28b-36:

Si el domingo pasado, para empezar la Cuaresma, no teníamos miedo, por lo menos la Palabra de Dios quería quitarnos ese miedo a la tentación, a la prueba, a las dificultades de la vida, incluso veíamos que eran necesarias para crecer y madurar, porque también descubríamos que al mismo Jesús le pasaba lo mismo, pasaba por lo mismo que nos pasa a nosotros, y él fue tentado en nosotros; hoy podríamos decir que la Palabra de Dios, en este momento de la vida de Jesús que es la transfiguración, nos quiere de algún modo consolar, mostrándonos el final del camino. Levantá la cabeza, nos dice hoy, hacia allá vamos, no mires todo el día para abajo, no mires lo difícil que es el desierto y la tentación, como hizo Jesús con sus discípulos, los llevó al Tabor.
¿Te acordás de esta frase de san Agustín: «Nuestra vida mientras dure esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones. Porque nuestro crecimiento se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni nadie puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones»? Y no es que a nosotros nos gusta el sufrimiento por el sufrimiento mismo, eso es una caricatura del cristianismo, no es que buscamos las dificultades porque nos gusta nada más, no es que solamente vale lo que duele, como algunos dicen, sino que en la Cuaresma se nos quiere dar como un baldazo de «realidad», diríamos, realismo, un no querer ocultar la verdad de la vida, una de las grandes verdades de la vida como esta, que para resucitar, primero tenemos que morir; para vencer, primero hay que luchar; para encontrar, hay que buscar; para recibir, también hay que pedir; para gozar, hay que amar y entregarse; para amar, tenemos que renunciar y al renunciar inevitablemente de algún modo sufrimos, muchas veces en el interior de nuestro corazón.
Jesús lleva al monte Tabor a los discípulos, a los más cercanos, aquellos que él quiso para mostrarse como Dios por un momento, para mostrarles el esplendor de su gloria, para mostrarles lo que les espera a ellos si saben perseverar, si a pesar del cansancio siguen caminando. Y debe haber sido tan maravilloso ese momento que Pedro quiso hacer tres carpas, quiso quedarse ahí para siempre, prefirió hacer un campamento de elite para algunos, solo con Jesús, con Moisés y Elías, para no bajar al llano de su realidad, para evitar bajar a la realidad, nada más normal que la reacción de Pedro. Lo mismo hubiésemos hecho nosotros. Pedro siempre nos representa por su sencillez, humanidad, su espontaneidad, que cualquiera de nosotros hubiera tenido también. Porque apenas vivimos un lindo momento en la vida, ya sea en lo más humano y sencillo y cotidiano, como una experiencia de Dios fuerte, cuando apenas experimentamos su presencia, que sería como una transfiguración, queremos permanecer ahí para siempre. Queremos, de alguna manera, que ese momento sea inolvidable, queremos olvidarnos del día a día, de lo que debemos hacer y nos olvidamos claramente de que tenemos que bajar, a trabajar y a seguir caminando. Nos encanta volar a veces y evitar las dificultades diarias. En realidad, lo que Jesús les hace a los discípulos experimentar no es para que se queden regodeándose entre ellos, sino para evitarles el miedo futuro y para enseñarles a superarlo, para enseñarles a confiar cuando venga el momento de la cruz. Jesús nos muestra el final del camino, nos muestra el final de la película, para que no desfallezcamos mientras andamos por el desierto. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Ya sabemos que, si sabemos perseverar, Jesús nos hará llegar hasta donde está él. En esta vida, él nos da su amor, a veces lo sentimos a cuenta gotas, pero mostrándonos que al final la victoria está asegurada si vamos con él, si no nos alejamos de él, si luchamos siempre con él, si somos tentados con él también triunfaremos con él. Esa es nuestra esperanza.



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Si el domingo pasado, para empezar la Cuaresma, no teníamos miedo, por lo menos la Palabra de Dios quería quitarnos ese miedo a la tentación, a la prueba, a las dificultades de la vida, incluso veíamos que eran necesarias para crecer y madurar, porque también descubríamos que al mismo Jesús le pasaba lo mismo, pasaba por lo mismo que nos pasa a nosotros, y él fue tentado en nosotros; hoy podríamos decir que la Palabra de Dios, en este momento de la vida de Jesús que es la transfiguración, nos quiere de algún modo consolar, mostrándonos el final del camino. Levantá la cabeza, nos dice hoy, hacia allá vamos, no mires todo el día para abajo, no mires lo difícil que es el desierto y la tentación, como hizo Jesús con sus discípulos, los llevó al Tabor.
¿Te acordás de esta frase de san Agustín: «Nuestra vida mientras dure esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones. Porque nuestro crecimiento se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni nadie puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones»? Y no es que a nosotros nos gusta el sufrimiento por el sufrimiento mismo, eso es una caricatura del cristianismo, no es que buscamos las dificultades porque nos gusta nada más, no es que solamente vale lo que duele, como algunos dicen, sino que en la Cuaresma se nos quiere dar como un baldazo de «realidad», diríamos, realismo, un no querer ocultar la verdad de la vida, una de las grandes verdades de la vida como esta, que para resucitar, primero tenemos que morir; para vencer, primero hay que luchar; para encontrar, hay que buscar; para recibir, también hay que pedir; para gozar, hay que amar y entregarse; para amar, tenemos que renunciar y al renunciar inevitablemente de algún modo sufrimos, muchas veces en el interior de nuestro corazón.
Jesús lleva al monte Tabor a los discípulos, a los más cercanos, aquellos que él quiso para mostrarse como Dios por un momento, para mostrarles el esplendor de su gloria, para mostrarles lo que les espera a ellos si saben perseverar, si a pesar del cansancio siguen caminando. Y debe haber sido tan maravilloso ese momento que Pedro quiso hacer tres carpas, quiso quedarse ahí para siempre, prefirió hacer un campamento de elite para algunos, solo con Jesús, con Moisés y Elías, para no bajar al llano de su realidad, para evitar bajar a la realidad, nada más normal que la reacción de Pedro. Lo mismo hubiésemos hecho nosotros. Pedro siempre nos representa por su sencillez, humanidad, su espontaneidad, que cualquiera de nosotros hubiera tenido también. Porque apenas vivimos un lindo momento en la vida, ya sea en lo más humano y sencillo y cotidiano, como una experiencia de Dios fuerte, cuando apenas experimentamos su presencia, que sería como una transfiguración, queremos permanecer ahí para siempre. Queremos, de alguna manera, que ese momento sea inolvidable, queremos olvidarnos del día a día, de lo que debemos hacer y nos olvidamos claramente de que tenemos que bajar, a trabajar y a seguir caminando. Nos encanta volar a veces y evitar las dificultades diarias. En realidad, lo que Jesús les hace a los discípulos experimentar no es para que se queden regodeándose entre ellos, sino para evitarles el miedo futuro y para enseñarles a superarlo, para enseñarles a confiar cuando venga el momento de la cruz. Jesús nos muestra el final del camino, nos muestra el final de la película, para que no desfallezcamos mientras andamos por el desierto. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Ya sabemos que, si sabemos perseverar, Jesús nos hará llegar hasta donde está él. En esta vida, él nos da su amor, a veces lo sentimos a cuenta gotas, pero mostrándonos que al final la victoria está asegurada si vamos con él, si no nos alejamos de él, si luchamos siempre con él, si somos tentados con él también triunfaremos con él. Esa es nuestra esperanza.

BY Algo del Evangelio


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