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¿Existe la posibilidad de ver a Jesús cara a cara, y terminar yéndose triste? ¿Existe la posibilidad de ser mirado por él con amor y terminar yéndose apenado? ¿Es posible que vayamos hacia nuestro Maestro, que nos arrodillemos frente a él llenos de ansias, de amor y que terminemos yéndonos con las manos vacías, peor de lo que fuimos? ¿Es posible acercarnos a Dios intentando negociar de algún modo con él la salvación después de la muerte, olvidándonos de la propuesta que él tiene para nosotros, de vivir de una manera diferente, más allá de cumplir ciertas cosas? ¿Es posible que Jesús nos ofrezca dejar algo para seguirlo, para algo más grande y más pleno, para compartir lo que tenemos con los demás y que nos neguemos, que nos vayamos con la cabeza gacha? ¿Es posible que sigamos sin entender lo que significa ser cristianos, lo que quiere decir seguir a Jesús? ¿Es posible que la riqueza del corazón y la riqueza material nos impida disfrutar de la propuesta liberadora de un Dios Padre que se despojó de todo para encontrarse con nosotros? La verdad es que todo es posible. Pensemos y recemos con esto, meditémoslo en nuestra propia vida.
Pero hoy el Evangelio termina con una posibilidad más posible, valga la redundancia. «Porque para Dios todo es posible». Para él es posible destrozar las mezquindades que nos impiden animarnos a lo imposible, a lo que el mundo nos plantea como una locura, a la avaricia que se aloja en el corazón y no nos deja compartir lo que tenemos. Para Jesús es posible desarmarnos con su mirada, ayudándonos a que, de una vez por todas, descubramos que lo mejor es seguirlo a él, amarlo a él, dejando de lado nuestras riquezas que nos impiden disfrutar lo mejor de la vida, la posibilidad de amar y ser libres para el bien de los demás.
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p. Rodrigo Aguilar
BY Algo del Evangelio
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