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Por eso, podríamos decir que parte de nuestra ceguera para vernos a nosotros mismos como seres débiles y llenos de «vigas», llenos de errores, es justamente no querer ver o no poder. Muchas veces no vemos por debilidad, por olvido, por ignorancia, por flaquezas, pero muchas otras no vemos porque preferimos no ver, porque elegimos dedicarnos a ver lo de los demás.
La sabiduría del cristiano no consiste en ser muy sagaces para ver todos los errores hacia afuera, en la Iglesia, en el papa, en los obispos, en los sacerdotes, en mi coordinador de grupo, en los papás de catequesis, en los problemas del mundo de hoy, en la economía, en la política, en los políticos, en mi jefe, en el vecino, en el demonio… y así podríamos seguir. La sabiduría del cristiano no consiste en ser «acusadores» de los demás, ese es el papel del demonio en realidad. En la Palabra de Dios se lo llama así, «el acusador de nuestros hermanos», y nosotros no podemos transformarnos en eso, ni prestarle nuestros labios y corazón para eso, porque en el fondo él es el que lo hace. Nosotros antes que nada debemos «acusarnos a nosotros mismos», o sea, en reconocernos débiles y pecadores, llenos de errores y defectos, pero deseosos del amor de Dios y de su misericordia, no mirando tanto la paja en el ojo de los demás, sino la viga en el nuestro.
Esta es la verdadera sabiduría del cristiano, la humildad que nos iguala con todos, la humildad que no divide ni separa, sino que unifica en la pobreza, en la sencillez, en la simplicidad, en la misericordia.
Pidamos hoy no ser ciegos, para no caer en el pozo de la hipocresía, en la doblez del corazón. Reconozcamos que estamos ciegos y que necesitamos del maestro para tomar y retomar siempre el buen camino.
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p. Rodrigo Aguilar
BY Algo del Evangelio
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