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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17588
ALGODELEVANGELIO Telegram 17588
Comentario a Marcos 8, 27-33:

Volvamos a escuchar una vez más lo que realmente necesitamos escuchar, porque el mundo está lleno de palabras, los medios de comunicación están llenos de palabras, en la iglesia incluso a veces hablamos demasiado y amamos poco o hablamos demasiado y llevamos poco a la práctica lo que decimos. Es verdad, somos débiles, no somos un club de santos, sino que somos aquellos que fuimos llamados porque somos pecadores y tenemos que sanarnos también, por eso también pasan cosas en la Iglesia, no nos olvidemos. Pero por eso volvamos una vez más a escuchar que nuestra felicidad no estará en si somos algo para los demás, en si tenemos más o menos cosas, más o menos comodidades, o si tenemos cierto poder y podemos influenciar a los otros, sino que nuestra felicidad primero estará en sentirnos hijos de Dios, en vivir como hijos amados del Padre cada día, no olvidándonos de su amor; que la felicidad está en definitiva si aprendemos a llevar a la práctica ese amor que él mismo nos tiene, siendo misericordiosos, aprendiendo a consolar, aprendiendo a vivir sencillamente con lo que tenemos. Volvamos a escuchar, porque por ahí vos y yo no estamos bien hoy, por ahí pasamos muchas tristezas, por ahí vivimos enojados; porque, en definitiva, estamos poniendo todo nuestro esfuerzo y corazón en una felicidad que se nos escapa de las manos. La felicidad la vamos encontrando en la vida en la medida que caminamos, en la medida que nos animamos a salir un poquito, a levantar la cabeza y a no detenernos, a caminar y a encontrar las novedades que el Padre nos tiene preparados cada día. Bueno, recibamos una vez más con alegría este anuncio de que la felicidad que Dios nos quiere dar es muy distinta de la que a veces vos y yo buscamos.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra a un Pedro, a un discípulo –vos y yo, acordate–, que es capaz de todo, que somos capaces de todo. Pedro es capaz de recibir una revelación, la revelación más importante de la historia a una persona, a convertirse inmediatamente en Satanás para Jesús, porque en definitiva sus pensamientos no fueron los del Padre, porque se quiso meter, quiso ser obstáculo al camino de Jesús. Todo en cuestión de minutos. ¿Te pasó eso alguna vez? Nos pasa muchísimas veces en muchísimas cosas. Cuando recibimos algo: un don, una inspiración, un deseo profundo de amar, y sin querer nos adueñamos de lo recibido, sin querer y a veces queriendo un poco nos «la creemos», como decimos, y terminamos patinando, derrapando en la curva siguiente, como para que se compruebe que la obra no era nuestra, sino de Dios Padre a través de nosotros.
Pienso que a veces nuestro Padre del Cielo permite que nos caigamos para que no olvidemos que todo lo bueno proviene de él y que jamás podemos adueñarnos de lo que no es nuestro. Pedro descubrió quién era Jesús, aun cuando en el fondo nadie lo sabía, por una revelación y por eso Jesús se alegra, porque Pedro fue el depositario de esa revelación del Padre que le mostró quién era verdaderamente.
Sin embargo, Jesús tampoco tiene pelos en la lengua para decirle a su querido Pedro que se transformó en Satanás, porque en definitiva Satanás es aquel que se quiere interponer en el camino que Dios Padre le trazó a Jesús, que no quiere que haga lo que el Padre quería, que no quiere que salve a los hombres por medio de la cruz, sino que le propone que lo salve de otra manera. Por eso, nosotros también nos podemos convertir en Satanás para los demás, en Satanás para el camino de Dios, no porque hagamos cosas muy malas, sino porque incluso queramos evitarle a los otros el camino que el Padre tiene para ellos, que puede ser también el de la cruz. ¡Qué lindo es poder vivir siendo conscientes que todo es don, que todo lo que tenemos es del Padre y que este Padre es padre de todos, que el Reino es de él, no es nuestro, y él que quiere ser santificado y no nosotros alabados, de que hay que cumplir su voluntad y no tanto la nuestra!



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Volvamos a escuchar una vez más lo que realmente necesitamos escuchar, porque el mundo está lleno de palabras, los medios de comunicación están llenos de palabras, en la iglesia incluso a veces hablamos demasiado y amamos poco o hablamos demasiado y llevamos poco a la práctica lo que decimos. Es verdad, somos débiles, no somos un club de santos, sino que somos aquellos que fuimos llamados porque somos pecadores y tenemos que sanarnos también, por eso también pasan cosas en la Iglesia, no nos olvidemos. Pero por eso volvamos una vez más a escuchar que nuestra felicidad no estará en si somos algo para los demás, en si tenemos más o menos cosas, más o menos comodidades, o si tenemos cierto poder y podemos influenciar a los otros, sino que nuestra felicidad primero estará en sentirnos hijos de Dios, en vivir como hijos amados del Padre cada día, no olvidándonos de su amor; que la felicidad está en definitiva si aprendemos a llevar a la práctica ese amor que él mismo nos tiene, siendo misericordiosos, aprendiendo a consolar, aprendiendo a vivir sencillamente con lo que tenemos. Volvamos a escuchar, porque por ahí vos y yo no estamos bien hoy, por ahí pasamos muchas tristezas, por ahí vivimos enojados; porque, en definitiva, estamos poniendo todo nuestro esfuerzo y corazón en una felicidad que se nos escapa de las manos. La felicidad la vamos encontrando en la vida en la medida que caminamos, en la medida que nos animamos a salir un poquito, a levantar la cabeza y a no detenernos, a caminar y a encontrar las novedades que el Padre nos tiene preparados cada día. Bueno, recibamos una vez más con alegría este anuncio de que la felicidad que Dios nos quiere dar es muy distinta de la que a veces vos y yo buscamos.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra a un Pedro, a un discípulo –vos y yo, acordate–, que es capaz de todo, que somos capaces de todo. Pedro es capaz de recibir una revelación, la revelación más importante de la historia a una persona, a convertirse inmediatamente en Satanás para Jesús, porque en definitiva sus pensamientos no fueron los del Padre, porque se quiso meter, quiso ser obstáculo al camino de Jesús. Todo en cuestión de minutos. ¿Te pasó eso alguna vez? Nos pasa muchísimas veces en muchísimas cosas. Cuando recibimos algo: un don, una inspiración, un deseo profundo de amar, y sin querer nos adueñamos de lo recibido, sin querer y a veces queriendo un poco nos «la creemos», como decimos, y terminamos patinando, derrapando en la curva siguiente, como para que se compruebe que la obra no era nuestra, sino de Dios Padre a través de nosotros.
Pienso que a veces nuestro Padre del Cielo permite que nos caigamos para que no olvidemos que todo lo bueno proviene de él y que jamás podemos adueñarnos de lo que no es nuestro. Pedro descubrió quién era Jesús, aun cuando en el fondo nadie lo sabía, por una revelación y por eso Jesús se alegra, porque Pedro fue el depositario de esa revelación del Padre que le mostró quién era verdaderamente.
Sin embargo, Jesús tampoco tiene pelos en la lengua para decirle a su querido Pedro que se transformó en Satanás, porque en definitiva Satanás es aquel que se quiere interponer en el camino que Dios Padre le trazó a Jesús, que no quiere que haga lo que el Padre quería, que no quiere que salve a los hombres por medio de la cruz, sino que le propone que lo salve de otra manera. Por eso, nosotros también nos podemos convertir en Satanás para los demás, en Satanás para el camino de Dios, no porque hagamos cosas muy malas, sino porque incluso queramos evitarle a los otros el camino que el Padre tiene para ellos, que puede ser también el de la cruz. ¡Qué lindo es poder vivir siendo conscientes que todo es don, que todo lo que tenemos es del Padre y que este Padre es padre de todos, que el Reino es de él, no es nuestro, y él que quiere ser santificado y no nosotros alabados, de que hay que cumplir su voluntad y no tanto la nuestra!

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