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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17571
ALGODELEVANGELIO Telegram 17571
Comentario a Marcos 8, 11-13

Buen día, buen lunes. Espero, como siempre, que comencemos una buena semana, una linda semana que no dependerá tanto de nuestros proyectos y de que nos salga las cosas como nosotros pretendemos, sino más bien que vivamos una semana siempre a la escucha, a la escucha de la Palabra de Dios, a la escucha de lo que Jesús nos va diciendo de tantas maneras diferentes; porque todo sirve para el bien de aquellos que aman a Dios, o sea, cuando tenemos nuestro corazón puesto en el amor de Dios o nos dejamos amar por Dios, ya no evaluamos las cosas, si estuvieron bien o mal según nuestros propios criterios, sino que aprendemos a ver su mano, su presencia, su providencia en todas las cosas.
En definitiva, retomando un poco el Evangelio de ayer, domingo, nos vamos a dar cuenta en la vida que seremos felices finalmente, como Jesús nos propone y quiere, si aprendemos a ser pobres de corazón, a vivir esta pobreza espiritual que se nos presenta en la primer bienaventuranza de labios de Jesús, en donde, en definitiva, lo que tenemos que aprender a hacer es justamente a no hacer nuestra propia vida, en el sentido profundo de la Palabra, a no pretender ser nosotros con nuestra voluntad o con nuestras ideas, construir la vida a nuestra manera.
Y alguno estará pensando: «Bueno, pero Dios no nos dio libertad para elegir. Dios no nos dio la libertad para también poder tener nuestros proyectos y aplicar ahí todas nuestras capacidades y dones». Sí, es verdad, nos dio esa libertad, pero al mismo tiempo y sin olvidarnos, y como algo más profundo que subyace en todo eso, tenemos que poner siempre la voluntad de Dios. En definitiva, Dios Padre nos dio la libertad y Jesús nos enseñó a ejercitarla cuando hacemos en definitiva lo que él quiere y como él quiere.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña lo que no debemos hacer con Jesús, con su Padre, justamente si queremos ser felices: ni discutir, ni desafiar. Algo que les encantaba a los fariseos de ese tiempo y los de este tiempo también. Algo que a nuestro corazón a veces también le gusta bastante. ¿Somos de discutir y desafiar a los demás? ¿Somos de discutir y de desafiar incluso a Dios Padre? Vuelvo a decir, una cosa es preguntarle a tu Papá el porqué de esto o el porqué de lo otro –algo normal y parte de nuestra vida– y otra cosa es plantarnos, como se dice, frente a Dios como más grandes que él, y no como hijos, sino como «pares».


Discutir, en el fondo, no tiene sentido, dialogar sí. No discutamos con nadie, no perdamos el tiempo. Dialogar sí, siempre, no nos cansemos de dialogar aunque no lleguemos a un acuerdo, es lo mejor que podemos hacer. Pero sí hay que dejar de discutir, porque es lo peor que podemos hacer, discutir. Fijémonos qué dice el Evangelio de hoy, que «llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él», no dice que Jesús discutía con ellos. No me imagino a Jesús discutiendo, sí me lo imagino a Jesús queriendo entablar un dialogar, pero cuando alguien no quiere dialogar, el problema en el fondo no es de uno, sino que es del otro, es el otro el que no quiere. El que discute generalmente cae en el desafiar, en el intentar poner a prueba al otro, porque en el fondo no le interesa lo que el otro piensa y siente, sino solo lo que él piensa y siente. El que discute en general no escucha, no está dispuesto a escuchar, por eso discute, es medio sordo de corazón. El que discute no está abierto a incorporar algo nuevo, sino que busca que el otro se adecue a su manera de ser. Por eso los fariseos discuten, desafían y piden un signo, mientras tenían el signo frente a sus narices. Mucho para aprender de la Palabra de Dios de hoy, no solo en nuestra relación con los demás, sino con nuestro Padre del Cielo. ¿Dialogamos con nuestro Papá del Cielo o discutimos? ¿Le preguntamos o lo desafiamos?
Finalmente es lindo imaginar ese momento en el que «Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué esta generación pide un signo?”».



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Buen día, buen lunes. Espero, como siempre, que comencemos una buena semana, una linda semana que no dependerá tanto de nuestros proyectos y de que nos salga las cosas como nosotros pretendemos, sino más bien que vivamos una semana siempre a la escucha, a la escucha de la Palabra de Dios, a la escucha de lo que Jesús nos va diciendo de tantas maneras diferentes; porque todo sirve para el bien de aquellos que aman a Dios, o sea, cuando tenemos nuestro corazón puesto en el amor de Dios o nos dejamos amar por Dios, ya no evaluamos las cosas, si estuvieron bien o mal según nuestros propios criterios, sino que aprendemos a ver su mano, su presencia, su providencia en todas las cosas.
En definitiva, retomando un poco el Evangelio de ayer, domingo, nos vamos a dar cuenta en la vida que seremos felices finalmente, como Jesús nos propone y quiere, si aprendemos a ser pobres de corazón, a vivir esta pobreza espiritual que se nos presenta en la primer bienaventuranza de labios de Jesús, en donde, en definitiva, lo que tenemos que aprender a hacer es justamente a no hacer nuestra propia vida, en el sentido profundo de la Palabra, a no pretender ser nosotros con nuestra voluntad o con nuestras ideas, construir la vida a nuestra manera.
Y alguno estará pensando: «Bueno, pero Dios no nos dio libertad para elegir. Dios no nos dio la libertad para también poder tener nuestros proyectos y aplicar ahí todas nuestras capacidades y dones». Sí, es verdad, nos dio esa libertad, pero al mismo tiempo y sin olvidarnos, y como algo más profundo que subyace en todo eso, tenemos que poner siempre la voluntad de Dios. En definitiva, Dios Padre nos dio la libertad y Jesús nos enseñó a ejercitarla cuando hacemos en definitiva lo que él quiere y como él quiere.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña lo que no debemos hacer con Jesús, con su Padre, justamente si queremos ser felices: ni discutir, ni desafiar. Algo que les encantaba a los fariseos de ese tiempo y los de este tiempo también. Algo que a nuestro corazón a veces también le gusta bastante. ¿Somos de discutir y desafiar a los demás? ¿Somos de discutir y de desafiar incluso a Dios Padre? Vuelvo a decir, una cosa es preguntarle a tu Papá el porqué de esto o el porqué de lo otro –algo normal y parte de nuestra vida– y otra cosa es plantarnos, como se dice, frente a Dios como más grandes que él, y no como hijos, sino como «pares».


Discutir, en el fondo, no tiene sentido, dialogar sí. No discutamos con nadie, no perdamos el tiempo. Dialogar sí, siempre, no nos cansemos de dialogar aunque no lleguemos a un acuerdo, es lo mejor que podemos hacer. Pero sí hay que dejar de discutir, porque es lo peor que podemos hacer, discutir. Fijémonos qué dice el Evangelio de hoy, que «llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él», no dice que Jesús discutía con ellos. No me imagino a Jesús discutiendo, sí me lo imagino a Jesús queriendo entablar un dialogar, pero cuando alguien no quiere dialogar, el problema en el fondo no es de uno, sino que es del otro, es el otro el que no quiere. El que discute generalmente cae en el desafiar, en el intentar poner a prueba al otro, porque en el fondo no le interesa lo que el otro piensa y siente, sino solo lo que él piensa y siente. El que discute en general no escucha, no está dispuesto a escuchar, por eso discute, es medio sordo de corazón. El que discute no está abierto a incorporar algo nuevo, sino que busca que el otro se adecue a su manera de ser. Por eso los fariseos discuten, desafían y piden un signo, mientras tenían el signo frente a sus narices. Mucho para aprender de la Palabra de Dios de hoy, no solo en nuestra relación con los demás, sino con nuestro Padre del Cielo. ¿Dialogamos con nuestro Papá del Cielo o discutimos? ¿Le preguntamos o lo desafiamos?
Finalmente es lindo imaginar ese momento en el que «Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué esta generación pide un signo?”».

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