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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17565
ALGODELEVANGELIO Telegram 17565
Comentario a Lucas 6, 12-13. 17. 20-26:

Así como ese día Jesús se retiró para orar, y pasó toda la noche en oración, hoy nosotros, en este domingo, podemos, de algún modo, hacer lo mismo. Cada domingo podríamos hacer el mismo ejercicio, para poder experimentar lo necesario que es apartarse un poco para rezar. No se reconoce la necesidad de oración que tenemos todos hasta que no la experimentamos, y no se la experimenta hasta que no se toma la decisión de apartarse y hacer el esfuerzo y disfrutarla. Ese es el desafío de todo cristiano, el mío y el tuyo. Necesitamos retirarnos, como lo hizo Jesús, es ahí donde todo se ve distinto, donde todo se siente distinto.
Dice Algo del Evangelio de hoy que Jesús fijó la mirada en sus amigos. Podemos pensar que también en nosotros, que al abrir su corazón con las bienaventuranzas lo que quiso hacer es pintarnos de algún modo su rostro, diciéndonos cómo es su corazón, que en definitiva en su rostro se reflejaba su corazón.
¿Queremos intentar vivir el Evangelio en serio? ¿Querés? El camino es vivir las bienaventuranzas; no cumplir los mandamientos, no cumplir las bienaventuranzas, sino vivirlas, porque no son unos mandamientos nuevos, sino que son promesas de un Padre para sus hijos.
Él nos promete ser bienaventurados, ser felices al modo del Evangelio, siguiendo el camino que nos señala, siguiéndolo a él, viviendo como él. Eso son las bienaventuranzas, por eso no te imagines más mandamientos, más peso, más cosas imposibles que hacer, sino que son un don, una posibilidad que nos da el corazón de Jesús que nos invita a vivir así, dándonos fuerza para hacerlo, para que nos parezcamos un poco más a él.
Por eso, seremos felices cuando creemos en sus promesas; y eso ya nos pone en un camino de felicidad, creer en lo que nos promete. Seremos felices si le creemos más a él que a las promesas que nos hacen de todos lados, haciéndonos creer que por tener mucho y ser reconocidos, estaremos mejor. Seremos felices si le creemos más a Jesús que a nuestros deseos terrenales de felicidad –aunque muchos sean legítimos–. Seremos felices si confiamos en que todo esto es verdad.
¿Y qué es verdad?, te preguntarás. Que la pobreza espiritual nos permite andar ligeros en la tierra, ya nos da algo de la felicidad que experimentaremos algún día en el cielo y que no tendrá fin. Porque vive el Reino de Dios aquel que se siente y vive como hijo, no pretendiendo grandezas que superen su capacidad, sino «el que acalla y modera sus deseos como un niño en brazos de su madre». El pobre de espíritu es el que acalla y modera sus deseos, el que no pretende abarcarlo todo, el que vive el día a día como si fuera un regalo y por eso cuida su vida y la vida de los demás; el que no está angustiado por el futuro, por cómo va a hacer para resolver esto o lo otro, como pensando que es el centro de todo, sino estando en paz. Por eso, hoy seremos felices y bienaventurados si no nos angustiamos de más, si no nos angustiamos por lo que vendrá mañana.
Hoy vamos a experimentar más felicidad si creemos que, aunque a veces nos falte un poco de amor, de afecto, confiamos en que solo seremos saciados por el amor de Dios.
Hoy seremos más felices, aunque estemos llorando por algún dolor, por alguna angustia, por una muerte, por la falta de trabajo, por peleas en nuestras familias, por nuestras frustraciones diarias; seremos más felices si confiamos en que el consuelo verdadero nos vendrá solo de él, solo si nos acercamos a él, si nos arrodillamos ante él, si dedicamos más tiempo a Jesús, si nos entregamos más a los demás y hacemos algo por ellos.
Hoy seremos más felices si, aunque nos burlen en el trabajo, en la facultad, incluso en la propia familia, experimentamos que no hay nada más lindo que sufrir algo por amor a Jesús, uniendo nuestro sufrimiento al de él, sabiendo que esa unión da un gozo que solo puede explicar aquel que ama y tiene fe, sufriendo a causa del Reino de los Cielos.



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Comentario a Lucas 6, 12-13. 17. 20-26:

Así como ese día Jesús se retiró para orar, y pasó toda la noche en oración, hoy nosotros, en este domingo, podemos, de algún modo, hacer lo mismo. Cada domingo podríamos hacer el mismo ejercicio, para poder experimentar lo necesario que es apartarse un poco para rezar. No se reconoce la necesidad de oración que tenemos todos hasta que no la experimentamos, y no se la experimenta hasta que no se toma la decisión de apartarse y hacer el esfuerzo y disfrutarla. Ese es el desafío de todo cristiano, el mío y el tuyo. Necesitamos retirarnos, como lo hizo Jesús, es ahí donde todo se ve distinto, donde todo se siente distinto.
Dice Algo del Evangelio de hoy que Jesús fijó la mirada en sus amigos. Podemos pensar que también en nosotros, que al abrir su corazón con las bienaventuranzas lo que quiso hacer es pintarnos de algún modo su rostro, diciéndonos cómo es su corazón, que en definitiva en su rostro se reflejaba su corazón.
¿Queremos intentar vivir el Evangelio en serio? ¿Querés? El camino es vivir las bienaventuranzas; no cumplir los mandamientos, no cumplir las bienaventuranzas, sino vivirlas, porque no son unos mandamientos nuevos, sino que son promesas de un Padre para sus hijos.
Él nos promete ser bienaventurados, ser felices al modo del Evangelio, siguiendo el camino que nos señala, siguiéndolo a él, viviendo como él. Eso son las bienaventuranzas, por eso no te imagines más mandamientos, más peso, más cosas imposibles que hacer, sino que son un don, una posibilidad que nos da el corazón de Jesús que nos invita a vivir así, dándonos fuerza para hacerlo, para que nos parezcamos un poco más a él.
Por eso, seremos felices cuando creemos en sus promesas; y eso ya nos pone en un camino de felicidad, creer en lo que nos promete. Seremos felices si le creemos más a él que a las promesas que nos hacen de todos lados, haciéndonos creer que por tener mucho y ser reconocidos, estaremos mejor. Seremos felices si le creemos más a Jesús que a nuestros deseos terrenales de felicidad –aunque muchos sean legítimos–. Seremos felices si confiamos en que todo esto es verdad.
¿Y qué es verdad?, te preguntarás. Que la pobreza espiritual nos permite andar ligeros en la tierra, ya nos da algo de la felicidad que experimentaremos algún día en el cielo y que no tendrá fin. Porque vive el Reino de Dios aquel que se siente y vive como hijo, no pretendiendo grandezas que superen su capacidad, sino «el que acalla y modera sus deseos como un niño en brazos de su madre». El pobre de espíritu es el que acalla y modera sus deseos, el que no pretende abarcarlo todo, el que vive el día a día como si fuera un regalo y por eso cuida su vida y la vida de los demás; el que no está angustiado por el futuro, por cómo va a hacer para resolver esto o lo otro, como pensando que es el centro de todo, sino estando en paz. Por eso, hoy seremos felices y bienaventurados si no nos angustiamos de más, si no nos angustiamos por lo que vendrá mañana.
Hoy vamos a experimentar más felicidad si creemos que, aunque a veces nos falte un poco de amor, de afecto, confiamos en que solo seremos saciados por el amor de Dios.
Hoy seremos más felices, aunque estemos llorando por algún dolor, por alguna angustia, por una muerte, por la falta de trabajo, por peleas en nuestras familias, por nuestras frustraciones diarias; seremos más felices si confiamos en que el consuelo verdadero nos vendrá solo de él, solo si nos acercamos a él, si nos arrodillamos ante él, si dedicamos más tiempo a Jesús, si nos entregamos más a los demás y hacemos algo por ellos.
Hoy seremos más felices si, aunque nos burlen en el trabajo, en la facultad, incluso en la propia familia, experimentamos que no hay nada más lindo que sufrir algo por amor a Jesús, uniendo nuestro sufrimiento al de él, sabiendo que esa unión da un gozo que solo puede explicar aquel que ama y tiene fe, sufriendo a causa del Reino de los Cielos.

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