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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17544
ALGODELEVANGELIO Telegram 17544
Comentario a Marcos 7, 14-23:

Cuando uno emprende un viaje, un camino, una de las cosas importantes a tener en cuenta y que siempre nos preguntamos, o incluso pedimos consejos, es: ¿qué llevo?, ¿qué cargo?, ¿qué es lo que voy a necesitar realmente? Bueno, de ahí empiezan ciertos problemas, porque según los consejos que escuches, según si alguien hizo o no el camino que voy a hacer anteriormente, según mis preferencias, según lo que yo creo que voy a necesitar, cargaré más o menos cosas. Sin embargo, la verdad es que vamos a descubrir qué es lo que necesitamos, solamente caminando. Nos podrán decir mil cosas, nos podrán dar mil consejos. Sin embargo, cuando empezamos el camino, cuando empezamos a conocer nuestra capacidad, hasta dónde nos da la fuerza, cuándo es que nos cansamos, nos daremos cuenta si hemos llevado o no cosas demás. Siempre finalmente, al final del camino, nos daremos cuenta que inexorablemente somos propensos a cargar demás. Y hay que ir ligeros, así como Jesús les ordenó a sus discípulos que «no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas». Y nosotros, en el camino de la vida, ¡cuántas cosas cargamos que después no necesitamos! ¡Cuántas cosas llevamos en la espalda que nos pesan y lo único que hacen es hacernos el camino más difícil! Señor, enséñanos a caminar ligeros, livianos porque, en definitiva, lo que nos molesta en el camino es el peso. Si no lleváramos nada, sería todo mucho más fácil. Pero bueno, acá estamos. Seguimos caminando.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña que no podemos echarle la culpa a nuestros males, a las cosas que vienen de afuera. El mal no es algo que anda dando vueltas por ahí y se nos mete en el corazón, como por arte de magia, como algunos piensan. El mal no es algo que hacen los demás y a mí me toca sufrirlo solamente, sino que es algo que brota también de nuestro propio corazón. Debemos reconocerlo, y en eso todos tenemos un poco que ver, todos aportamos algo al mal de este mundo, a que las cosas no anden bien. No podemos echarle la culpa siempre a los de afuera. No podemos echarle la culpa al mundo de hoy, a internet, al celular, a la televisión, a las cosas malas que pasan y antes no pasaban. No podemos vivir pensando que la culpa la tienen los otros y que todo lo que no es mío, no es tan bueno. Es verdad que fuera nuestro hay situaciones malas, es verdad que hay injusticia, es verdad, y que hay que evitar los lugares malos y estar con personas que nos hacen el mal, que de alguna manera nos «ensucian». Pero también es bueno volver a escuchar hoy lo que dice Jesús: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro». Lo que sale de nuestro corazón, del tuyo y del mío, es lo que nos ensucia, porque nuestro corazón es el que está herido por el pecado.
Fuimos creados para amar, para salir de nosotros mismos, sin embargo, en el corazón del hombre hay de todo un poco: hay también malas intenciones, lujuria, deseos de tener lo de los otros, deseos de matar, incluso de criticar, de juzgar, deseos de «adulterio, de maldad, de engaños, de deshonestidades, de envidia, de difamación, de orgullo, de desatino», como dice la Palabra. Cada uno tiene lo suyo, cada uno debe ser sincero consigo mismo y darse cuenta de que, aunque lo de afuera influya, el que finalmente hace las cosas es uno, somos nosotros los que decidimos comportarnos como hijos de un Padre o no. No podemos vivir como los fariseos, creyendo que el problema de nuestra impureza es externo. Eso es la hipocresía que enferma, ver siempre el problema fuera y no en nosotros.
No podemos vivir pensando que, por hacer cosas buenas, «seremos buenos», sino que, en realidad, porque ya tenemos amor en nuestro corazón, podemos hacer cosas buenas por los otros.



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Cuando uno emprende un viaje, un camino, una de las cosas importantes a tener en cuenta y que siempre nos preguntamos, o incluso pedimos consejos, es: ¿qué llevo?, ¿qué cargo?, ¿qué es lo que voy a necesitar realmente? Bueno, de ahí empiezan ciertos problemas, porque según los consejos que escuches, según si alguien hizo o no el camino que voy a hacer anteriormente, según mis preferencias, según lo que yo creo que voy a necesitar, cargaré más o menos cosas. Sin embargo, la verdad es que vamos a descubrir qué es lo que necesitamos, solamente caminando. Nos podrán decir mil cosas, nos podrán dar mil consejos. Sin embargo, cuando empezamos el camino, cuando empezamos a conocer nuestra capacidad, hasta dónde nos da la fuerza, cuándo es que nos cansamos, nos daremos cuenta si hemos llevado o no cosas demás. Siempre finalmente, al final del camino, nos daremos cuenta que inexorablemente somos propensos a cargar demás. Y hay que ir ligeros, así como Jesús les ordenó a sus discípulos que «no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas». Y nosotros, en el camino de la vida, ¡cuántas cosas cargamos que después no necesitamos! ¡Cuántas cosas llevamos en la espalda que nos pesan y lo único que hacen es hacernos el camino más difícil! Señor, enséñanos a caminar ligeros, livianos porque, en definitiva, lo que nos molesta en el camino es el peso. Si no lleváramos nada, sería todo mucho más fácil. Pero bueno, acá estamos. Seguimos caminando.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña que no podemos echarle la culpa a nuestros males, a las cosas que vienen de afuera. El mal no es algo que anda dando vueltas por ahí y se nos mete en el corazón, como por arte de magia, como algunos piensan. El mal no es algo que hacen los demás y a mí me toca sufrirlo solamente, sino que es algo que brota también de nuestro propio corazón. Debemos reconocerlo, y en eso todos tenemos un poco que ver, todos aportamos algo al mal de este mundo, a que las cosas no anden bien. No podemos echarle la culpa siempre a los de afuera. No podemos echarle la culpa al mundo de hoy, a internet, al celular, a la televisión, a las cosas malas que pasan y antes no pasaban. No podemos vivir pensando que la culpa la tienen los otros y que todo lo que no es mío, no es tan bueno. Es verdad que fuera nuestro hay situaciones malas, es verdad que hay injusticia, es verdad, y que hay que evitar los lugares malos y estar con personas que nos hacen el mal, que de alguna manera nos «ensucian». Pero también es bueno volver a escuchar hoy lo que dice Jesús: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro». Lo que sale de nuestro corazón, del tuyo y del mío, es lo que nos ensucia, porque nuestro corazón es el que está herido por el pecado.
Fuimos creados para amar, para salir de nosotros mismos, sin embargo, en el corazón del hombre hay de todo un poco: hay también malas intenciones, lujuria, deseos de tener lo de los otros, deseos de matar, incluso de criticar, de juzgar, deseos de «adulterio, de maldad, de engaños, de deshonestidades, de envidia, de difamación, de orgullo, de desatino», como dice la Palabra. Cada uno tiene lo suyo, cada uno debe ser sincero consigo mismo y darse cuenta de que, aunque lo de afuera influya, el que finalmente hace las cosas es uno, somos nosotros los que decidimos comportarnos como hijos de un Padre o no. No podemos vivir como los fariseos, creyendo que el problema de nuestra impureza es externo. Eso es la hipocresía que enferma, ver siempre el problema fuera y no en nosotros.
No podemos vivir pensando que, por hacer cosas buenas, «seremos buenos», sino que, en realidad, porque ya tenemos amor en nuestro corazón, podemos hacer cosas buenas por los otros.

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