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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17497
ALGODELEVANGELIO Telegram 17497
Comentario a Marcos 5, 21-43:

Decía el Evangelio del domingo que «Jesús, pasando delante de ellos, continuó su camino». Después que lo rechazaron, cuando lo quisieron despeñar, dice la Palabra de Dios que «Jesús continuó su camino». Así queremos andar vos y yo. Así quiero que andemos, que continuemos nuestro camino.
El primero que vino a caminar, por decirlo de algún modo, a este mundo fue Jesús. Él vino a transitar el camino de la vida junto a nosotros, a mostrarnos que no hay otro camino, valga la redundancia, que caminar, que tenemos que caminar, que él no se detuvo ante el rechazo de los demás, no se detuvo ante la burla, no se detuvo ante la cruz, no se detuvo ante la incomprensión, no se detuvo incluso cuando sus propios discípulos no entendían hacia dónde iba. Jesús no se detuvo nunca, siempre caminó, y por eso ver a Jesús caminando y ver cómo en los evangelios se repite de tantas maneras esta imagen del caminar de Jesús, nos tiene que ayudar a darnos cuenta que nosotros no podemos estar quietos.
Ya sé, por ahí no te toca a vos estar andando, estar evangelizando, estar haciendo cosas, pero me refiero a una imagen que también nos tiene que ayudar al corazón. El caminar es una imagen de la vida. No podemos quedarnos quietos. No podemos dejar de andar y de caminar y de esforzarnos por avanzar en la vida, por crecer en nuestra fe. Bueno, sigamos así, sigamos caminando. Vamos a ver cómo la imagen del camino tiene muchas cosas para enseñarnos en nuestra fe.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy, donde tanto la mujer como Jairo, que está desesperado por su hijita, no se fijan finalmente en las «apariencias». No se fijan en lo que los demás piensan, sino que confían en Jesús, confían en que él puede hacer lo que nadie podía hacer. Los dos se arrojan a los pies de Jesús, lo interceptan en el camino: uno para rogarle que cure a su hija, la otra para reconocer que ella había sido la que había tocado su manto, para «confesar toda la verdad», dice la Palabra de Dios. ¡Qué linda actitud de los dos! ¡Qué linda actitud para que nosotros podamos imitar! ¡Cuánta fe!: los dos interceptando a Jesús en el camino, pero al mismo tiempo los dos poniéndose en camino.
Me sale a mí hoy del corazón decir: ¡Cómo quisiera tener esa fe, esa confianza total de que en definitiva, cuando ya no nos queda nada, cuando estamos tirados al borde del camino pensando que nadie nos puede ayudar, es cuando finalmente nos damos cuenta que Jesús es el único que puede tendernos una mano. Jesús es el único que nos ofrece la verdadera liberación del corazón! Cuando a veces ya intentamos seguir los mil y un consejos o caminos que todos nos quieren proponer y que, de algún modo, son palabras lindas que nos ofrecen soluciones fáciles y que no nos salvan; cuando ya no nos queda nada, en realidad nos damos cuenta y descubrimos que nos queda lo más grande, nos queda Jesús.
¡Qué le importaron a esa mujer las multitudes que rodeaban a Jesús! No le importó que todos sean obstáculos para llegar a él. ¡Qué importa que todos se «burlen» de Jesús y de nosotros cuando él quiere, de algún modo, meterse en nuestras vidas! No importa que hasta los discípulos incluso no entiendan que haya gente entre la multitud queriendo ser curada. No importa que incluso dentro de la Iglesia, de mi familia no me entiendan. No importa todo eso cuando es Jesús el único que escucha finalmente a Jairo y lo acompaña, cuando es él el único que se da cuenta cuando andamos necesitando tocar su manto. ¡Qué importa todo cuando en el fondo se tiene fe profunda! Cuando se tiene esa fe, nada nos debería importar.
Este tipo de fe, la de esta mujer y la de este hombre, nos saca del anonimato, nos introduce en el mundo real, el mundo que Jesús quiere que vivamos, nos introduce en el camino de la lucha diaria que él nos propone. Porque en definitiva el que cree que siempre le falta «algo» y que tiene que caminar, y que ese «algo» siempre vendrá de Dios, es el que tiene fe.



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Comentario a Marcos 5, 21-43:

Decía el Evangelio del domingo que «Jesús, pasando delante de ellos, continuó su camino». Después que lo rechazaron, cuando lo quisieron despeñar, dice la Palabra de Dios que «Jesús continuó su camino». Así queremos andar vos y yo. Así quiero que andemos, que continuemos nuestro camino.
El primero que vino a caminar, por decirlo de algún modo, a este mundo fue Jesús. Él vino a transitar el camino de la vida junto a nosotros, a mostrarnos que no hay otro camino, valga la redundancia, que caminar, que tenemos que caminar, que él no se detuvo ante el rechazo de los demás, no se detuvo ante la burla, no se detuvo ante la cruz, no se detuvo ante la incomprensión, no se detuvo incluso cuando sus propios discípulos no entendían hacia dónde iba. Jesús no se detuvo nunca, siempre caminó, y por eso ver a Jesús caminando y ver cómo en los evangelios se repite de tantas maneras esta imagen del caminar de Jesús, nos tiene que ayudar a darnos cuenta que nosotros no podemos estar quietos.
Ya sé, por ahí no te toca a vos estar andando, estar evangelizando, estar haciendo cosas, pero me refiero a una imagen que también nos tiene que ayudar al corazón. El caminar es una imagen de la vida. No podemos quedarnos quietos. No podemos dejar de andar y de caminar y de esforzarnos por avanzar en la vida, por crecer en nuestra fe. Bueno, sigamos así, sigamos caminando. Vamos a ver cómo la imagen del camino tiene muchas cosas para enseñarnos en nuestra fe.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy, donde tanto la mujer como Jairo, que está desesperado por su hijita, no se fijan finalmente en las «apariencias». No se fijan en lo que los demás piensan, sino que confían en Jesús, confían en que él puede hacer lo que nadie podía hacer. Los dos se arrojan a los pies de Jesús, lo interceptan en el camino: uno para rogarle que cure a su hija, la otra para reconocer que ella había sido la que había tocado su manto, para «confesar toda la verdad», dice la Palabra de Dios. ¡Qué linda actitud de los dos! ¡Qué linda actitud para que nosotros podamos imitar! ¡Cuánta fe!: los dos interceptando a Jesús en el camino, pero al mismo tiempo los dos poniéndose en camino.
Me sale a mí hoy del corazón decir: ¡Cómo quisiera tener esa fe, esa confianza total de que en definitiva, cuando ya no nos queda nada, cuando estamos tirados al borde del camino pensando que nadie nos puede ayudar, es cuando finalmente nos damos cuenta que Jesús es el único que puede tendernos una mano. Jesús es el único que nos ofrece la verdadera liberación del corazón! Cuando a veces ya intentamos seguir los mil y un consejos o caminos que todos nos quieren proponer y que, de algún modo, son palabras lindas que nos ofrecen soluciones fáciles y que no nos salvan; cuando ya no nos queda nada, en realidad nos damos cuenta y descubrimos que nos queda lo más grande, nos queda Jesús.
¡Qué le importaron a esa mujer las multitudes que rodeaban a Jesús! No le importó que todos sean obstáculos para llegar a él. ¡Qué importa que todos se «burlen» de Jesús y de nosotros cuando él quiere, de algún modo, meterse en nuestras vidas! No importa que hasta los discípulos incluso no entiendan que haya gente entre la multitud queriendo ser curada. No importa que incluso dentro de la Iglesia, de mi familia no me entiendan. No importa todo eso cuando es Jesús el único que escucha finalmente a Jairo y lo acompaña, cuando es él el único que se da cuenta cuando andamos necesitando tocar su manto. ¡Qué importa todo cuando en el fondo se tiene fe profunda! Cuando se tiene esa fe, nada nos debería importar.
Este tipo de fe, la de esta mujer y la de este hombre, nos saca del anonimato, nos introduce en el mundo real, el mundo que Jesús quiere que vivamos, nos introduce en el camino de la lucha diaria que él nos propone. Porque en definitiva el que cree que siempre le falta «algo» y que tiene que caminar, y que ese «algo» siempre vendrá de Dios, es el que tiene fe.

BY Algo del Evangelio


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