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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17462
ALGODELEVANGELIO Telegram 17462
Comentario a Marcos 4, 1-20:

Todo fue escrito por nosotros y para nosotros, para vos y para mí, para este momento. Pensar eso es una maravilla, es para alegrarse; la Palabra de Dios es para todos, pero es para cada uno personalmente. Algo de la Palabra de Dios del domingo decía así –¿te acordás?–: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes». Es fácil encontrar motivos para estar tristes, o bajoneados –como decimos–, es el camino más fácil en un mundo que, en general, vive triste, le encanta dar tristes noticias, porque piensa que la felicidad está en lo material, en lo exterior; y lo material finalmente nunca alcanza, siempre habrá una necesidad que nuestro corazón desea, nunca se termina de saciar. Pero nosotros estamos hechos para la felicidad, para la alegría, para cosas más grandes, no podemos permitirnos entonces estar tristes, aunque a veces nos pase.
Escuché una vez que en Estados Unidos se hizo un estudio muy serio, durante más de seis décadas, en donde se estudió qué es lo que a las personas les daba felicidad. La población, dice, fue muy variada, desde personas que llegaron a ser importantes senadores, políticos hasta personas que terminaron siendo vendedores ambulantes, gente muy sencilla, y además, se hizo un seguimiento a lo largo de la vida como para cerciorarse del progreso de sus inclinaciones y deseos. ¿Y sabés qué? ¿Sabés cuál fue la maravillosa conclusión de este maravilloso experimento, pero tan científico? Que la felicidad para la totalidad de las personas no estaba ni en la fama, ni en el dinero, ni en el poder, sino en sus vínculos, en sus relaciones, o sea, en un lenguaje sencillo y concreto, en el amor. ¡Qué descubrimiento tan impresionante!, pensé para mis adentros, casi irónicamente. ¿Seis décadas para descubrir lo que Jesús viene diciendo de hace dos mil años? ¿Tanto gasto de dinero en un estudio para descubrir lo que incluso filósofos antes de Cristo ya lo decían? ¡Qué manera de gastar dinero para cosas tan obvias! Vos y yo, me parece, no necesitamos ver estadísticas para cosas tan elementales, debemos escuchar la Palabra de Dios, a Jesús día a día, y eso nos confirmará siempre, que solo él es la respuesta a nuestra felicidad, lo demás, lo demás es pasajero; y aunque muchas veces caigamos en los mismos errores, tenemos que volver a afirmar y a decir con mucha certeza que lo único que nos da la verdadera felicidad es el amor, el amor verdadero, el amor que proviene de Dios.
Algo del Evangelio de hoy nos introduce en las parábolas, unos de los modos que eligió Jesús para hablarnos, para instruirnos de las realidades del Reino que no podemos ver con nuestros ojos. Las realidades del Reino de Dios, sobre su modo de estar presente entre nosotros, su modo de ejercer su acción en nuestras vidas y, finalmente, la forma en la cual podemos responderle. Serían esos tres ejes, o tres dimensiones del Reino de Dios, del Reino de los Cielos, o podríamos llamarlo el Reino del Padre y sus hijos. Una cosa es lo que Dios es, más allá de nosotros, otra cosa es lo que Dios hace para que podamos descubrirlo y otra cosa es lo que nosotros somos y hacemos para dejar o no que él obre en nuestras vidas. En realidad, es muy tajante decir: una cosa es esto o lo otro, pero bueno sirve para entender y vivirlo.
Todo se da junto en nuestro corazón, en nuestra vida. Dios Padre que no se cansa de sembrar, siempre, a tiempo y a destiempo. Siembra en todos lados, en donde parece que nunca brotará y por supuesto, en las tierras donde estará asegurada la cosecha. Siembra con generosidad, sin cálculo, con abundancia, no mezquina nunca, no es como nosotros –menos mal– que a veces escatimamos y calculamos demasiado. La semilla que siembra el Padre es la mejor, siempre, en cierto sentido no depende de la tierra, sino que en su interior contiene toda la fuerza para crecer, dar fruto y seguir dando semillas.



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Todo fue escrito por nosotros y para nosotros, para vos y para mí, para este momento. Pensar eso es una maravilla, es para alegrarse; la Palabra de Dios es para todos, pero es para cada uno personalmente. Algo de la Palabra de Dios del domingo decía así –¿te acordás?–: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes». Es fácil encontrar motivos para estar tristes, o bajoneados –como decimos–, es el camino más fácil en un mundo que, en general, vive triste, le encanta dar tristes noticias, porque piensa que la felicidad está en lo material, en lo exterior; y lo material finalmente nunca alcanza, siempre habrá una necesidad que nuestro corazón desea, nunca se termina de saciar. Pero nosotros estamos hechos para la felicidad, para la alegría, para cosas más grandes, no podemos permitirnos entonces estar tristes, aunque a veces nos pase.
Escuché una vez que en Estados Unidos se hizo un estudio muy serio, durante más de seis décadas, en donde se estudió qué es lo que a las personas les daba felicidad. La población, dice, fue muy variada, desde personas que llegaron a ser importantes senadores, políticos hasta personas que terminaron siendo vendedores ambulantes, gente muy sencilla, y además, se hizo un seguimiento a lo largo de la vida como para cerciorarse del progreso de sus inclinaciones y deseos. ¿Y sabés qué? ¿Sabés cuál fue la maravillosa conclusión de este maravilloso experimento, pero tan científico? Que la felicidad para la totalidad de las personas no estaba ni en la fama, ni en el dinero, ni en el poder, sino en sus vínculos, en sus relaciones, o sea, en un lenguaje sencillo y concreto, en el amor. ¡Qué descubrimiento tan impresionante!, pensé para mis adentros, casi irónicamente. ¿Seis décadas para descubrir lo que Jesús viene diciendo de hace dos mil años? ¿Tanto gasto de dinero en un estudio para descubrir lo que incluso filósofos antes de Cristo ya lo decían? ¡Qué manera de gastar dinero para cosas tan obvias! Vos y yo, me parece, no necesitamos ver estadísticas para cosas tan elementales, debemos escuchar la Palabra de Dios, a Jesús día a día, y eso nos confirmará siempre, que solo él es la respuesta a nuestra felicidad, lo demás, lo demás es pasajero; y aunque muchas veces caigamos en los mismos errores, tenemos que volver a afirmar y a decir con mucha certeza que lo único que nos da la verdadera felicidad es el amor, el amor verdadero, el amor que proviene de Dios.
Algo del Evangelio de hoy nos introduce en las parábolas, unos de los modos que eligió Jesús para hablarnos, para instruirnos de las realidades del Reino que no podemos ver con nuestros ojos. Las realidades del Reino de Dios, sobre su modo de estar presente entre nosotros, su modo de ejercer su acción en nuestras vidas y, finalmente, la forma en la cual podemos responderle. Serían esos tres ejes, o tres dimensiones del Reino de Dios, del Reino de los Cielos, o podríamos llamarlo el Reino del Padre y sus hijos. Una cosa es lo que Dios es, más allá de nosotros, otra cosa es lo que Dios hace para que podamos descubrirlo y otra cosa es lo que nosotros somos y hacemos para dejar o no que él obre en nuestras vidas. En realidad, es muy tajante decir: una cosa es esto o lo otro, pero bueno sirve para entender y vivirlo.
Todo se da junto en nuestro corazón, en nuestra vida. Dios Padre que no se cansa de sembrar, siempre, a tiempo y a destiempo. Siembra en todos lados, en donde parece que nunca brotará y por supuesto, en las tierras donde estará asegurada la cosecha. Siembra con generosidad, sin cálculo, con abundancia, no mezquina nunca, no es como nosotros –menos mal– que a veces escatimamos y calculamos demasiado. La semilla que siembra el Padre es la mejor, siempre, en cierto sentido no depende de la tierra, sino que en su interior contiene toda la fuerza para crecer, dar fruto y seguir dando semillas.

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