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Algo del Evangelio@algodelevangelio P.17450
ALGODELEVANGELIO Telegram 17450
Los lunes debemos retomar fuerzas para toda la semana, lo necesitamos. A veces podemos empezar muy cansados o podemos estar tristes, sin fuerzas, desanimados. Decía la Palabra de ayer, domingo: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es nuestra fortaleza, es la fortaleza de ustedes». La palabra que proviene de la boca de Dios quiere darnos la verdadera alegría, quiere ayudarnos a levantarnos, a descubrir que muchas veces la fuente de nuestras tristezas es justamente haber dejado de escuchar, de ir a la fuente, de dialogar con el Señor olvidándonos que solo él puede darnos la paz del corazón.
A veces a los sacerdotes, como cualquier ser humano, nos puede pasar que «no sabemos bien qué decir» al escuchar nosotros mismos el Evangelio. Puede pasar, no somos robots, somos oyentes de la Palabra de Dios, como intentás serlo vos día a día, y por eso también lo que podemos llegar a decir cada día, también depende de cómo estamos ese día. Hay días en donde las cosas fluyen, como se dice, hay días que las palabras se traban, hay días que no sale nada, hay días y días. Por eso, hay que preparar rezando todos los días lo que podemos decirle a los demás. Por eso tenemos que invocar siempre al Espíritu de Dios, que fue el que la inspiró, para que nos ayude a decir lo mejor que podamos decir y de la mejor manera que lo podamos decir, para no decir «sonseras», como se dice, que finalmente no enriquecen el corazón. No siempre estamos igual, tanto los que predicamos como los que escuchamos, y la eficacia de lo que decimos y escuchamos, depende también del estado de ánimo de nuestro corazón. Por supuesto que también hay que saber aislarse de eso.
Muchas veces te lo dije, obviamente no es lo mismo escuchar la Palabra de Dios habiendo preparado el corazón, estando en un lugar de paz, tratando de alejar los ruidos que nos pueden distraer, dejando de hacer otras cosas, que hacerlo mientras nuestro cuerpo y corazón están pendientes de otras cuestiones. Se puede ir mejorando. Te aconsejo dedicarle a la escucha de la Palabra de cada día, un lugar, un espacio privilegiado, como a veces le dedicamos a leer un libro que nos gusta, a ver una película, a hablar con un amigo. Se puede, se puede mejorar siempre más.
Algo del Evangelio de hoy muestra hasta dónde puede llegar la cerrazón del corazón humano. Ver, pero al mismo tiempo no querer ver, no poder creer. Ver el poder de Jesús y atribuírselo al mismo demonio, desconfiando de su bondad. La comparación del Maestro es más que clara. Era ridículo pensar que el demonio esté luchando contra sí mismo, ni siquiera siguiendo esa lógica era lógico, valga la redundancia, lo que estos escribas le recriminaban a Jesús. Pero miremos… justo ahí está el punto. Cuando el corazón está cerrado, ciego, se pierde incluso el sentido menos común en el ser humano, el sentido común. Podemos llegar incluso a negar la realidad más concreta, más palpable, más evidente. Eso les pasó a los fariseos y a los escribas, incluso viendo cosas buenas. La ceguera pasa por no poder ver lo bueno y por eso la culpa es del demonio, supuestamente, por eso hay que buscar siempre un culpable, una causa externa, distinta a uno mismo. Cualquier cosa la culpa siempre es del otro, no de nuestra ceguera. ¿No te pasó eso alguna vez? ¿No nos pasa eso también a nosotros? Nos pasa siempre en diferentes niveles de la vida. No vemos lo evidente muchas veces en muchos aspectos. No podemos ver lo bueno que hay en las personas que nos rodean, todo lo bueno que hace Jesús en otros. No podemos ver que el Reino de Dios está entre nosotros, en nosotros, y seguimos buscando por no sé dónde, pretendiendo que Dios haga lo que nosotros queremos.



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Los lunes debemos retomar fuerzas para toda la semana, lo necesitamos. A veces podemos empezar muy cansados o podemos estar tristes, sin fuerzas, desanimados. Decía la Palabra de ayer, domingo: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es nuestra fortaleza, es la fortaleza de ustedes». La palabra que proviene de la boca de Dios quiere darnos la verdadera alegría, quiere ayudarnos a levantarnos, a descubrir que muchas veces la fuente de nuestras tristezas es justamente haber dejado de escuchar, de ir a la fuente, de dialogar con el Señor olvidándonos que solo él puede darnos la paz del corazón.
A veces a los sacerdotes, como cualquier ser humano, nos puede pasar que «no sabemos bien qué decir» al escuchar nosotros mismos el Evangelio. Puede pasar, no somos robots, somos oyentes de la Palabra de Dios, como intentás serlo vos día a día, y por eso también lo que podemos llegar a decir cada día, también depende de cómo estamos ese día. Hay días en donde las cosas fluyen, como se dice, hay días que las palabras se traban, hay días que no sale nada, hay días y días. Por eso, hay que preparar rezando todos los días lo que podemos decirle a los demás. Por eso tenemos que invocar siempre al Espíritu de Dios, que fue el que la inspiró, para que nos ayude a decir lo mejor que podamos decir y de la mejor manera que lo podamos decir, para no decir «sonseras», como se dice, que finalmente no enriquecen el corazón. No siempre estamos igual, tanto los que predicamos como los que escuchamos, y la eficacia de lo que decimos y escuchamos, depende también del estado de ánimo de nuestro corazón. Por supuesto que también hay que saber aislarse de eso.
Muchas veces te lo dije, obviamente no es lo mismo escuchar la Palabra de Dios habiendo preparado el corazón, estando en un lugar de paz, tratando de alejar los ruidos que nos pueden distraer, dejando de hacer otras cosas, que hacerlo mientras nuestro cuerpo y corazón están pendientes de otras cuestiones. Se puede ir mejorando. Te aconsejo dedicarle a la escucha de la Palabra de cada día, un lugar, un espacio privilegiado, como a veces le dedicamos a leer un libro que nos gusta, a ver una película, a hablar con un amigo. Se puede, se puede mejorar siempre más.
Algo del Evangelio de hoy muestra hasta dónde puede llegar la cerrazón del corazón humano. Ver, pero al mismo tiempo no querer ver, no poder creer. Ver el poder de Jesús y atribuírselo al mismo demonio, desconfiando de su bondad. La comparación del Maestro es más que clara. Era ridículo pensar que el demonio esté luchando contra sí mismo, ni siquiera siguiendo esa lógica era lógico, valga la redundancia, lo que estos escribas le recriminaban a Jesús. Pero miremos… justo ahí está el punto. Cuando el corazón está cerrado, ciego, se pierde incluso el sentido menos común en el ser humano, el sentido común. Podemos llegar incluso a negar la realidad más concreta, más palpable, más evidente. Eso les pasó a los fariseos y a los escribas, incluso viendo cosas buenas. La ceguera pasa por no poder ver lo bueno y por eso la culpa es del demonio, supuestamente, por eso hay que buscar siempre un culpable, una causa externa, distinta a uno mismo. Cualquier cosa la culpa siempre es del otro, no de nuestra ceguera. ¿No te pasó eso alguna vez? ¿No nos pasa eso también a nosotros? Nos pasa siempre en diferentes niveles de la vida. No vemos lo evidente muchas veces en muchos aspectos. No podemos ver lo bueno que hay en las personas que nos rodean, todo lo bueno que hace Jesús en otros. No podemos ver que el Reino de Dios está entre nosotros, en nosotros, y seguimos buscando por no sé dónde, pretendiendo que Dios haga lo que nosotros queremos.

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