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Comentario a Mateo 10, 17-22:

¡No nos olvidemos que nosotros también fuimos niños! ¡No nos olvidemos que lo que más queremos también fueron niños alguna vez! ¡No nos olvidemos de esas personas que nos cuesta querer un poco, y bueno ellos también fueron niños!
Seguramente estarás todavía decantando los festejos de estos días. Pasó el 25, y con la Navidad pasaron muchas cosas. Pasó la familia, pasaron los regalos. Pasó la comida de todo tipo y color, pasaron algunas emociones y también algunas tristezas. Pasaron cosas importantes, lindas, pero también tenemos que reconocer que a veces pasa mucha frivolidad y superficialidad. Pasa de todo. Y ahora, ¿cómo seguimos? Tenemos que seguir como estamos, pero acordándonos que «todavía estamos a tiempo», todavía estamos en Navidad. Todavía podemos acercarnos a un pesebre si no lo hicimos. Podemos tomarnos un tiempo de adoración si no tuvimos ese momento. Todavía tenemos algo para dar al que no la pasó tan bien. Todavía nos tenemos a nosotros mismos. Todavía estamos a tiempo de enseñarles a nuestros hijos que, en medio de todo lo que pasó, el protagonista principal de estos días es Jesús. Podemos todavía acercarlo a un pesebre y enseñarle quién es quién en esa representación tan linda, que seguramente tenemos en nuestras casas. Todavía podemos seguir profundizando la Navidad porque durante ocho días la seguiremos celebrando, se llama la «Octava de Navidad». Tratemos de no poner primera otra vez y empezar a correr, porque si no, será más de lo mismo.
Hoy es la fiesta de san Esteban, el primer mártir de nuestra familia, de la Iglesia; el primero que, por amor a Jesús, el Dios que se hizo niño, dio su vida. No se la quitaron así nomás, sino que la entregó. Los mártires son los que dieron la vida, como dijo el mismo Jesús: «Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mí mismo». Los mártires no solo son los que dan la vida por medio de su sangre, sino los que también van dando su vida lentamente, gota por gota todos los días. Son lo que después de la Navidad se enamoran de un Dios tan niño, tan frágil, que se deciden a «recibirlo en sus brazos» y empiezan a cargar con el lindo peso de no callar el amor de Dios frente a un mundo que no se da cuenta de tanto amor.
Una vez alguien me contaba, alguien que de hace unos años vivió una vuelta a Dios en su vida –que siempre fue católico, pero que recién en estos tiempos se dio cuenta el tiempo que había perdido–, me decía algo así: «¿Sabés qué es lo que me pasa ahora? Ya no tengo miedo a hablar de Jesús, antes ni se me ocurría, antes me daba vergüenza. Ahora no me importa nada». Y entre los dos pensábamos en eso, porque a mí también en una época de mi vida me pasó lo mismo, tenía vergüenza de hablar de él. En el fondo era un síntoma de que todavía no estaba tan enamorado de Jesús como me creía. Me habían enseñado de él, pero todavía no lo conocía. ¡Ser cristiano es eso: es enamorarse de una Persona que nació y vivió entre nosotros, y sigue viviendo! Es descubrir que Dios se hizo hombre, se hizo niño para que vos y yo podamos conocer el amor de Dios Padre en una Persona concreta, en su hijo. Mientras tanto, si no vivimos así nuestra fe, la fe será solo una moral, una ética, un cumplir algunas reglas, una imposición, una cuestión social, una cuestión de familia, un sentimiento pasajero que deslumbra y se apaga, como los fuegos artificiales de ayer. Creer en este niño nos lleva a no querer callarnos nunca, aunque nos quieran callar y tapar.
Me acuerdo que en una misa de medianoche, en la Misa de Gallo, pasó algo muy simbólico cuando la celebraba, que describe lo que se vivió en la época de Jesús y lo que se sigue viviendo hoy. Mientras proclamábamos la Palabra de Dios a las doce, a las doce y un poquito más, los fuegos artificiales no nos dejaban escuchar la Palabra. El humo y el ruido querían, por decirlo de alguna manera, tapar la voz de Dios. Al terminar de proclamar el evangelio, casi no pude predicar porque no se escuchaba nada.



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¡No nos olvidemos que nosotros también fuimos niños! ¡No nos olvidemos que lo que más queremos también fueron niños alguna vez! ¡No nos olvidemos de esas personas que nos cuesta querer un poco, y bueno ellos también fueron niños!
Seguramente estarás todavía decantando los festejos de estos días. Pasó el 25, y con la Navidad pasaron muchas cosas. Pasó la familia, pasaron los regalos. Pasó la comida de todo tipo y color, pasaron algunas emociones y también algunas tristezas. Pasaron cosas importantes, lindas, pero también tenemos que reconocer que a veces pasa mucha frivolidad y superficialidad. Pasa de todo. Y ahora, ¿cómo seguimos? Tenemos que seguir como estamos, pero acordándonos que «todavía estamos a tiempo», todavía estamos en Navidad. Todavía podemos acercarnos a un pesebre si no lo hicimos. Podemos tomarnos un tiempo de adoración si no tuvimos ese momento. Todavía tenemos algo para dar al que no la pasó tan bien. Todavía nos tenemos a nosotros mismos. Todavía estamos a tiempo de enseñarles a nuestros hijos que, en medio de todo lo que pasó, el protagonista principal de estos días es Jesús. Podemos todavía acercarlo a un pesebre y enseñarle quién es quién en esa representación tan linda, que seguramente tenemos en nuestras casas. Todavía podemos seguir profundizando la Navidad porque durante ocho días la seguiremos celebrando, se llama la «Octava de Navidad». Tratemos de no poner primera otra vez y empezar a correr, porque si no, será más de lo mismo.
Hoy es la fiesta de san Esteban, el primer mártir de nuestra familia, de la Iglesia; el primero que, por amor a Jesús, el Dios que se hizo niño, dio su vida. No se la quitaron así nomás, sino que la entregó. Los mártires son los que dieron la vida, como dijo el mismo Jesús: «Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mí mismo». Los mártires no solo son los que dan la vida por medio de su sangre, sino los que también van dando su vida lentamente, gota por gota todos los días. Son lo que después de la Navidad se enamoran de un Dios tan niño, tan frágil, que se deciden a «recibirlo en sus brazos» y empiezan a cargar con el lindo peso de no callar el amor de Dios frente a un mundo que no se da cuenta de tanto amor.
Una vez alguien me contaba, alguien que de hace unos años vivió una vuelta a Dios en su vida –que siempre fue católico, pero que recién en estos tiempos se dio cuenta el tiempo que había perdido–, me decía algo así: «¿Sabés qué es lo que me pasa ahora? Ya no tengo miedo a hablar de Jesús, antes ni se me ocurría, antes me daba vergüenza. Ahora no me importa nada». Y entre los dos pensábamos en eso, porque a mí también en una época de mi vida me pasó lo mismo, tenía vergüenza de hablar de él. En el fondo era un síntoma de que todavía no estaba tan enamorado de Jesús como me creía. Me habían enseñado de él, pero todavía no lo conocía. ¡Ser cristiano es eso: es enamorarse de una Persona que nació y vivió entre nosotros, y sigue viviendo! Es descubrir que Dios se hizo hombre, se hizo niño para que vos y yo podamos conocer el amor de Dios Padre en una Persona concreta, en su hijo. Mientras tanto, si no vivimos así nuestra fe, la fe será solo una moral, una ética, un cumplir algunas reglas, una imposición, una cuestión social, una cuestión de familia, un sentimiento pasajero que deslumbra y se apaga, como los fuegos artificiales de ayer. Creer en este niño nos lleva a no querer callarnos nunca, aunque nos quieran callar y tapar.
Me acuerdo que en una misa de medianoche, en la Misa de Gallo, pasó algo muy simbólico cuando la celebraba, que describe lo que se vivió en la época de Jesús y lo que se sigue viviendo hoy. Mientras proclamábamos la Palabra de Dios a las doce, a las doce y un poquito más, los fuegos artificiales no nos dejaban escuchar la Palabra. El humo y el ruido querían, por decirlo de alguna manera, tapar la voz de Dios. Al terminar de proclamar el evangelio, casi no pude predicar porque no se escuchaba nada.

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