Ya no quiera más bien que sólo amaros,
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.
Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros,
y para ser Eróstrato, abrasaros,
La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros;
que entre tales riquezas y tesoros,
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,
de olvido y tiempo vivirán seguros.
133, Lope Félix de Vega y Carpio.
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.
Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros,
y para ser Eróstrato, abrasaros,
La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros;
que entre tales riquezas y tesoros,
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,
de olvido y tiempo vivirán seguros.
133, Lope Félix de Vega y Carpio.
Espíritu desunido
Domina a los extremeños,
Jamás entran en empeños
Ni quieren tomar partido:
Cada cual en sí metido
Y contento en su rincón,
Huyen de toda instrucción;
Y aunque es grande su viveza,
Vienen a ser, por pereza,
Los indios de la nación.
Décima a Extremadura, Francisco Gregorio de Salas.
Domina a los extremeños,
Jamás entran en empeños
Ni quieren tomar partido:
Cada cual en sí metido
Y contento en su rincón,
Huyen de toda instrucción;
Y aunque es grande su viveza,
Vienen a ser, por pereza,
Los indios de la nación.
Décima a Extremadura, Francisco Gregorio de Salas.
Epígrafe al sepulcro del excmo. Sr. D. Pedro Ceballos natural de Extremadura y oriundo de las montañas de Santander y difunto en Córdoba, patria del Gran Capitán
Al diestro lado de la ilustre cueva
De aquel Gran Capitán, que el mundo admira
Un sepulcro se mira
De terso y negro mármol enlutado,
Donde está sepultado
Ceballos, cuya espada valerosa
Dio tantos triunfos al hispano suelo.
A un lado se registra dolorosa
La triste Extremadura sin consuelo.
Y al otro lado la montaña,
Lamentando la saña
Del duro golpe de la esquiva muerte;
Pero alegre la fama
Sobre el alto sepulcro, guarnecido
De bélicos trofeos y blasones
A los mortales dice de esta suerte:
Si el poderoso estímulo os inflama
Los valerosos nobles corazones,
Y pretendéis asiento distinguido
En mi heroico, inmortal, glorioso templo,
Seguid de este varón el digno ejemplo.
Al diestro lado de la ilustre cueva, Francisco Gregorio de Salas.
Al diestro lado de la ilustre cueva
De aquel Gran Capitán, que el mundo admira
Un sepulcro se mira
De terso y negro mármol enlutado,
Donde está sepultado
Ceballos, cuya espada valerosa
Dio tantos triunfos al hispano suelo.
A un lado se registra dolorosa
La triste Extremadura sin consuelo.
Y al otro lado la montaña,
Lamentando la saña
Del duro golpe de la esquiva muerte;
Pero alegre la fama
Sobre el alto sepulcro, guarnecido
De bélicos trofeos y blasones
A los mortales dice de esta suerte:
Si el poderoso estímulo os inflama
Los valerosos nobles corazones,
Y pretendéis asiento distinguido
En mi heroico, inmortal, glorioso templo,
Seguid de este varón el digno ejemplo.
Al diestro lado de la ilustre cueva, Francisco Gregorio de Salas.
Ya vas a ver qué lindo vestido tiene hoy la mía, le dice Calderón a Gorriti, le queda tan bien con esos ojos almendrados, por el color, viste; y esos piecitos… Están junto al resto de los padres, esperan ansiosos la salida de sus hijos. Calderón habla pero Gorriti sólo mira las puertas todavía cerradas. Vas a ver, dice Calderón, quédate acá, hay que quedarse cerca porque ya salen. ¿Y el tuyo cómo va? El otro hace un gesto de dolor y se señala los dientes. No me digas, dice Calderón. ¿Y le hiciste el cuento de los ratones…? Ah, no; con la mía no se puede, es demasiado inteligente. Gorriti mira el reloj. En cualquier momento se abren las puertas y los chicos salen disparados, riendo a gritos en un tumulto de colores, a veces manchados de témpera, o de chocolate. Pero por alguna razón, el timbre se retrasa. Los padres esperan. Una mariposa se posa en el brazo de Calderón, que se apura a atraparla. La mariposa lucha por escapar, pero él une las alas y la sostiene de las puntas. Aprieta fuerte para que no se le escape. Vas a ver cuando la vea, le dice a Gorriti sacudiéndola, le va a encantar. Pero aprieta tanto que empieza a sentir que las puntas se empastan. Desliza los dedos hacia abajo y comprueba que la ha marcado. La mariposa intenta soltarse, se sacude y una de las alas se abre al medio como un papel. Calderón lo lamenta, intenta inmovilizarla para ver bien los daños, pero termina por quedarse con parte del ala pegada a uno de los dedos. Gorriti lo mira con asco y niega, le hace un gesto para que la tire. Calderón la suelta. La mariposa cae al piso. Se mueve con torpeza, intenta volar pero ya no puede. Al fin se queda quieta, sacude cada tanto una de sus alas, pero ya no intenta nada más. Gorriti le dice que termine con eso de una vez y él, por el propio bien de la mariposa por supuesto, la pisa con firmeza. No alcanza a apartar el pie cuando advierte que algo extraño sucede. Mira hacia las puertas y entonces, como si un viento repentino hubiese violado las cerraduras, las puertas se abren, y cientos de mariposas de todos los colores y tamaños se abalanzan sobre los padres que esperan. Piensa si irán a atacarlo, tal vez piensa que va a morir. Los otros padres no parecen asustarse; las mariposas sólo revolotean entre ellos. Una última cruza rezagada y se une al resto. Calderón se queda mirando las puertas abiertas, y tras los vidrios del hall central, las salas silenciosas. Algunos padres todavía se amontonan frente a las puertas y gritan los nombres de sus hijos. Entonces las mariposas, todas ellas en pocos segundos, se alejan volando en distintas direcciones. Los padres intentan atraparlas. Calderón, en cambio, permanece inmóvil. No se anima a apartar el pie de la que ha matado, teme, quizá, reconocer en sus alas muertas, los colores de la suya.
Mariposas, Samanta Schweblin.
Mariposas, Samanta Schweblin.
Mi solo y dulce amor, Corina hermosa,
anhelada mitad del alma mía,
de cuyos bellos ojos nace el día
puro como en abril purpúrea rosa:
El alma que sin ti jamás reposa,
sin ti, su única gloria y su alegría,
en un gemido el parabién te envía,
pues Febo dio su vuelta presurosa.
Vuelan los años ¡ay! y sin estruendo
fugaz los sigue juventud florida,
su mágica ilusión con ella huyendo.
¡Feliz quien goza el sol de su querida!
¡Y triste aquél, que en soledad gimiendo,
ausente pasa el mayo de la vida!
Soneto XIV A Corina Ausente, Juan Nicasio Gallego.
anhelada mitad del alma mía,
de cuyos bellos ojos nace el día
puro como en abril purpúrea rosa:
El alma que sin ti jamás reposa,
sin ti, su única gloria y su alegría,
en un gemido el parabién te envía,
pues Febo dio su vuelta presurosa.
Vuelan los años ¡ay! y sin estruendo
fugaz los sigue juventud florida,
su mágica ilusión con ella huyendo.
¡Feliz quien goza el sol de su querida!
¡Y triste aquél, que en soledad gimiendo,
ausente pasa el mayo de la vida!
Soneto XIV A Corina Ausente, Juan Nicasio Gallego.
La noche me envolvió como un perfume;
y en el silencio tus pisadas eran
un lento resbalar de terciopelos
sobre una frágil ilusión de seda.
Tembló tu corazón bajo mi mano
con timideces de paloma presa,
y aspiré en el aliento de tu boca
todo el perfume de la primavera.
Tus rizos me envolvieron. Y entre el vago
olor a musgo de tu cabellera,
suspirante absorbí como un veneno
el acre aroma de tu carne enferma.
Rimas, Francisco Villaespesa.
y en el silencio tus pisadas eran
un lento resbalar de terciopelos
sobre una frágil ilusión de seda.
Tembló tu corazón bajo mi mano
con timideces de paloma presa,
y aspiré en el aliento de tu boca
todo el perfume de la primavera.
Tus rizos me envolvieron. Y entre el vago
olor a musgo de tu cabellera,
suspirante absorbí como un veneno
el acre aroma de tu carne enferma.
Rimas, Francisco Villaespesa.
El doctor mira de amescua, capellán de su majestad, al libro de D. Diego de Mendoza
Hijo de aquel espíritu divino;
que de su ilustre cárcel desatado,
será siglos eternos laureado
sobre el zafir del cielo cristalino,
Salid, salid al mundo, y peregrino
(que debe ser el bien comunicado)
En alas de la Fama habréis andado
Siendo émulo del Sol, igual camino.
Si la lira de Tracia tiene asiento
en las altas imágenes, y aun arde
atrevida su luz, a hacer dos Soles,
Vos perdéis su lugar, por nacer tarde:
pero si estrella, no, del firmamento
sois luz de los ingenios Españoles.
Soneto V, Antonio Mira de Amescua.
Hijo de aquel espíritu divino;
que de su ilustre cárcel desatado,
será siglos eternos laureado
sobre el zafir del cielo cristalino,
Salid, salid al mundo, y peregrino
(que debe ser el bien comunicado)
En alas de la Fama habréis andado
Siendo émulo del Sol, igual camino.
Si la lira de Tracia tiene asiento
en las altas imágenes, y aun arde
atrevida su luz, a hacer dos Soles,
Vos perdéis su lugar, por nacer tarde:
pero si estrella, no, del firmamento
sois luz de los ingenios Españoles.
Soneto V, Antonio Mira de Amescua.
Hiéreme, ¡oh muerte!
Coge la flor abierta
de mis años. No dejes
que envejezca. Ven pronto.
Rompe la hélice roja
de mi ambicioso corazón en pleno
volar sobre los curvos hiorizontes.
Paraliza mis brazos
que hunden el remo en las doradas aguas
del tiempo. Ata mis plantas
manchadas con la sangre del racimo
carnal. Apaga el ritmo
de mis arterias cuyo golpe hiere,
en la noche de insomnio, mis oídos
con un rumor de agua subterránea.
Fájame con tu venda
como a un niño, y entrégame a los brazos
de la oscura nodriza que alimenta
las ávidas raíces de los árboles.
No ver la luz, no ver la luz creadora
que saca de su abismo inagotable
las infinitas formas de la vida,
No atisbar el espacio
que se puede beber con la mirada
como una copa azul llena de espumas.
No ver un rostro humano
ni oír una palabra.
Hiéreme, ¡oh muerte!
Ni el dulce mar en que naufragan tantas
riquezas, y que guarda entre sus aguas
fabulosas ciudades,
hundidas como fúnebres navíos
con sus copas de oro
y sus lechos cargados de mujeres.
Ni el mismo cielo eterno que sustenta
la arqultectura móvil de las nubes,
y traza la remota geometría
de las constelaciones misteriosas.
Ni el cuerpo adolescente
de una doncella, apenas sombreado
en sus pliegues recónditos por una
vegetación de suave terciopelo.
Nada podrá ligarme a la ribera
terrestre.
Ven ¡oh muerte!
Quiero bajar los húmedos peldaños,
afelpados de musgo, de la estrecha
galería que lleva hasta tu cripta
donde espera la esfinge somnolienta
coronada de rosas inmortales.
Allí, al fulgor de las marchitas lámparas
que filtran una aurora penumbrosa
a traves de los grises alabastros,
repasaré la escena multiforme
de mi vida, los rostros conocidos,
y la imagen dorada de unos campos
que florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos en el tiempo y la memoria.
Allá lejos, Rafael Maya.
Coge la flor abierta
de mis años. No dejes
que envejezca. Ven pronto.
Rompe la hélice roja
de mi ambicioso corazón en pleno
volar sobre los curvos hiorizontes.
Paraliza mis brazos
que hunden el remo en las doradas aguas
del tiempo. Ata mis plantas
manchadas con la sangre del racimo
carnal. Apaga el ritmo
de mis arterias cuyo golpe hiere,
en la noche de insomnio, mis oídos
con un rumor de agua subterránea.
Fájame con tu venda
como a un niño, y entrégame a los brazos
de la oscura nodriza que alimenta
las ávidas raíces de los árboles.
No ver la luz, no ver la luz creadora
que saca de su abismo inagotable
las infinitas formas de la vida,
No atisbar el espacio
que se puede beber con la mirada
como una copa azul llena de espumas.
No ver un rostro humano
ni oír una palabra.
Hiéreme, ¡oh muerte!
Ni el dulce mar en que naufragan tantas
riquezas, y que guarda entre sus aguas
fabulosas ciudades,
hundidas como fúnebres navíos
con sus copas de oro
y sus lechos cargados de mujeres.
Ni el mismo cielo eterno que sustenta
la arqultectura móvil de las nubes,
y traza la remota geometría
de las constelaciones misteriosas.
Ni el cuerpo adolescente
de una doncella, apenas sombreado
en sus pliegues recónditos por una
vegetación de suave terciopelo.
Nada podrá ligarme a la ribera
terrestre.
Ven ¡oh muerte!
Quiero bajar los húmedos peldaños,
afelpados de musgo, de la estrecha
galería que lleva hasta tu cripta
donde espera la esfinge somnolienta
coronada de rosas inmortales.
Allí, al fulgor de las marchitas lámparas
que filtran una aurora penumbrosa
a traves de los grises alabastros,
repasaré la escena multiforme
de mi vida, los rostros conocidos,
y la imagen dorada de unos campos
que florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos en el tiempo y la memoria.
Allá lejos, Rafael Maya.
I
Yo no soy de Cartagena,
Popayán ni Panamá,
Ni de Antioquia o Magdalena
Ni del mismo Bogotá.
Una tierra tan chiquita
No me llena el corazón.
Patria grande necesita.
Soy de toda la Nación.
Yo soy de Colombia entera;
De un trozo della, jamás;
Y ojalá más grande fuera,
Que así me gustara más.
Ojalá fuera tan grande
Que pudiéramos decir:
«A lo que Colombia mande
No hay quien sepa resistir.
»No nos vengan ya con cuentas
De un millón por un melón;
Ya no enviamos nuestras rentas
A engordar a otra nación.
»Ya no hay trato ni contrato
De paloma y gavilán;
Ya cualquiera desacato
Nos lo paga el más jayán».
¡Ay del pobre y del pequeño
De este mundo en el chischás!
De su campo nadie es dueño
Si el vecino puede más.
La justicia entre naciones
Es la fuerza y el poder.
Los pequeños, los collones.
Siempre tienen qué perder.
Mas la unión dará la fuerza
Y la fuerza la razón,
Y a destino que se tuerza
Lo endereza el corazón.
Cuando más perdido estuvo
Nuestro gran Libertador,
Con más fe y ardor mantuvo
Su misión de redentor;
Y en las selvas de Orinoco
Solo y prófugo una vez
Desahuciáronlo por loco
Al oírle esta sandez:
«¡Oh qué dicha! ¡oh cuánta gloria!
¡Camaradas! desde aquí
Llevaremos la victoria
¡Hasta el alto Potosí!»
Y ese grito de locura
Tuvo fiel ejecución,
Que no hay prenda más segura
Que un resuelto corazón.
Aspiremos a ser grandes
Para el bien universal,
Y sean íntegros los Andes
Nuestro escudo nacional.
Todo el que hable nuestro idioma
Y ame y sienta como acá,
Nuestro sea, y otra Roma
En el mundo pesará.
Ya su Italia el italiano
Arredondear consiguió,
Y auge súbito el germano
Con su Alemania alcanzó.
Sólo nosotros —gigante
Partido en pedazos mil—
Sentimos alma de atlante
En covachas de reptil.
¡Patria inmensa de Pelayo,
De Bolívar y Colón!
¿Cuándo el sol con cada rayo
Mirará la gran Nación ?
Cuando no haya más apodos
De lugar y calidad
Y radiante alumbre a todos
Sol de amor y libertad.
Bambucos Patrióticos, Rafael Pombo.
Yo no soy de Cartagena,
Popayán ni Panamá,
Ni de Antioquia o Magdalena
Ni del mismo Bogotá.
Una tierra tan chiquita
No me llena el corazón.
Patria grande necesita.
Soy de toda la Nación.
Yo soy de Colombia entera;
De un trozo della, jamás;
Y ojalá más grande fuera,
Que así me gustara más.
Ojalá fuera tan grande
Que pudiéramos decir:
«A lo que Colombia mande
No hay quien sepa resistir.
»No nos vengan ya con cuentas
De un millón por un melón;
Ya no enviamos nuestras rentas
A engordar a otra nación.
»Ya no hay trato ni contrato
De paloma y gavilán;
Ya cualquiera desacato
Nos lo paga el más jayán».
¡Ay del pobre y del pequeño
De este mundo en el chischás!
De su campo nadie es dueño
Si el vecino puede más.
La justicia entre naciones
Es la fuerza y el poder.
Los pequeños, los collones.
Siempre tienen qué perder.
Mas la unión dará la fuerza
Y la fuerza la razón,
Y a destino que se tuerza
Lo endereza el corazón.
Cuando más perdido estuvo
Nuestro gran Libertador,
Con más fe y ardor mantuvo
Su misión de redentor;
Y en las selvas de Orinoco
Solo y prófugo una vez
Desahuciáronlo por loco
Al oírle esta sandez:
«¡Oh qué dicha! ¡oh cuánta gloria!
¡Camaradas! desde aquí
Llevaremos la victoria
¡Hasta el alto Potosí!»
Y ese grito de locura
Tuvo fiel ejecución,
Que no hay prenda más segura
Que un resuelto corazón.
Aspiremos a ser grandes
Para el bien universal,
Y sean íntegros los Andes
Nuestro escudo nacional.
Todo el que hable nuestro idioma
Y ame y sienta como acá,
Nuestro sea, y otra Roma
En el mundo pesará.
Ya su Italia el italiano
Arredondear consiguió,
Y auge súbito el germano
Con su Alemania alcanzó.
Sólo nosotros —gigante
Partido en pedazos mil—
Sentimos alma de atlante
En covachas de reptil.
¡Patria inmensa de Pelayo,
De Bolívar y Colón!
¿Cuándo el sol con cada rayo
Mirará la gran Nación ?
Cuando no haya más apodos
De lugar y calidad
Y radiante alumbre a todos
Sol de amor y libertad.
Bambucos Patrióticos, Rafael Pombo.
De la noche cuando llego a la muralla
que la lima del tiempo desmorona,
y el mar, ebrio de yodo, se corona
de hirviente espuma que a mis pies estalla,
al pensar en tu ausencia, en esa valla
que nos divide, mi pasión se encona...
y mi recuerdo, entonces, te aprisiona
en su invisible y resistente malla.
Y entre mí te poseo. Entre mí mismo
te hablo, te aspiro, te contemplo y toco,
como entre las nieblas de un abismo.
Mis párpados se cierran, poco a poco
y en un largo y supremo paroxismo,
beso tu sombra hasta volverme loco.
Cartagena, Julio Flórez.
que la lima del tiempo desmorona,
y el mar, ebrio de yodo, se corona
de hirviente espuma que a mis pies estalla,
al pensar en tu ausencia, en esa valla
que nos divide, mi pasión se encona...
y mi recuerdo, entonces, te aprisiona
en su invisible y resistente malla.
Y entre mí te poseo. Entre mí mismo
te hablo, te aspiro, te contemplo y toco,
como entre las nieblas de un abismo.
Mis párpados se cierran, poco a poco
y en un largo y supremo paroxismo,
beso tu sombra hasta volverme loco.
Cartagena, Julio Flórez.
¡Oh, cuán dulce y suave
es ver al campo cuando más recrea!
En él se queja el ave,
el viento espira, el agua lisonjea,
y las pintadas flores
crían mil visos, paren mil olores.
El álamo y el pino
sirven de estorbos a la luz de Febo;
brinda el vaso contino
del claro arroyo con aljófar nuevo,
y la tendida grama
mesa a la gula es, y al sueño cama.
Tú solamente bella
nos haces falta, Tíndaris graciosa;
y si tu blanca huella
no te nos presta como el alba hermosa,
lo dulce y lo suave
¡cuán amargo será! ¡cuán duro y grave!
Oda VI, Esteban Manuel de Villegas.
es ver al campo cuando más recrea!
En él se queja el ave,
el viento espira, el agua lisonjea,
y las pintadas flores
crían mil visos, paren mil olores.
El álamo y el pino
sirven de estorbos a la luz de Febo;
brinda el vaso contino
del claro arroyo con aljófar nuevo,
y la tendida grama
mesa a la gula es, y al sueño cama.
Tú solamente bella
nos haces falta, Tíndaris graciosa;
y si tu blanca huella
no te nos presta como el alba hermosa,
lo dulce y lo suave
¡cuán amargo será! ¡cuán duro y grave!
Oda VI, Esteban Manuel de Villegas.