Sólo quien huye de sí mismo, ligero, intacto, sin memoria ni carga, sin verdades ni espejos, logra avanzar por los caminos más transitados: esos donde nadie pregunta, nadie siente, nadie tropieza jamás con su sombra.
Porque es más fácil sobrevivir sin paz que enfrentarse a ella.
Más cómodo vestirse de mentira que desnudarse con sinceridad.
Y en ese juego de máscaras —sin peso, sin heridas, sin alma—
es donde muchos encuentran lo que creen que es alegría:
una carcajada sin eco, una gratitud en serie, una sonrisa envasada.
Y ahí se quedan.
Quietos.
Muertos.
Porque aprobarse a uno mismo exige guerra.
Y preferimos firmar la tregua antes que mirarnos de frente.
Porque es más fácil sobrevivir sin paz que enfrentarse a ella.
Más cómodo vestirse de mentira que desnudarse con sinceridad.
Y en ese juego de máscaras —sin peso, sin heridas, sin alma—
es donde muchos encuentran lo que creen que es alegría:
una carcajada sin eco, una gratitud en serie, una sonrisa envasada.
Y ahí se quedan.
Quietos.
Muertos.
Porque aprobarse a uno mismo exige guerra.
Y preferimos firmar la tregua antes que mirarnos de frente.
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De niño me dijeron: “Elige la religión que quieras” y luego de estudiar varias, me elegí a mí y a mis sueños; pero si hay algo en lo que no creo es en la guerra.
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