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1353 - Telegram Web
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Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo,
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
de aquél que con las alas derretidas
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas
apenas en el agua resfrïado?


Soneto XII, Garcilaso de la Vega-
Cuando de tus desórdenes testigo
te sorprende en los brazos del tumulto,
¡oh Libertad! avergonzado oculto
mi rostro y sollozando te maldigo.

En lucha interna y desigual conmigo
arráncame el dolor airado insulto:
quiero olvidarte, abandonar tu culto,
y ciegamente a mi pesar te sigo.

Te sigo a mi pesar. Sueño o quimera
riges mi voluntad, llenas mi vida
y dejaré de amarte cuando muera.

Eres como la hermosa fementida
que inspira al alma la pasión primera:
cuanto más inconstante, más querida.


Soneto, Gaspar Núñez de Arce.
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🐈👽
Flores que ayer cubiertas de rocío,
a los destellos de la luz primera,
fuisteis de venturosa primavera
don y presagio para el huerto mío:

Hoy que a vosotras cariñoso fío
dulce recuerdo en carta mensajera,
repetid a la niña que os espera;
que encadenó mi suerte y mi albedrío.

Decidle, si su frente se arrebola
en leve tinta del carmín huida
o robada al color de la amapola

que a su virtud mi voluntad rendida
guardo en el corazón para ella sola
todo el amor de mi alma y de mi vida.


A unas flores, Rafael Delgado.
El sol iba a morir. Su lumbre pura
Doraba los lejanos horizontes
Y vibrando en la cresta de los montes
Rasgaba su luciente vestidura.

Sobre un cerro que, corvo y empinado,
A la florida selva el paso cierra,
Con todo el aparato de la guerra,
Centinela sagaz vela un soldado.

Ya marcha altivo en ademán guerrero,
Ya se detiene al empuñar su lanza
Y alarde haciendo de marcial pujanza
Al aire Mande el matador acero.

Contra los duros árboles lo esgrime:
El eco al golpe con dolor suspira,
En los cristales de la fuente gime
Y entre las olas murmurando espira.

"¡Muerte, idea de horror! ¿Y la esperanza
Que en este ardiente corazón se agita?
¿Y mi noble ambición caerá marchita
Al rudo golpe de enemiga lanza?

Y ya no más amor, no más pasiones...
El porvenir me cerrará sus puertas...
Ni blandas al pasar las ilusiones
Darán calor a mis cenizas yertas.

¿Y por qué he de morir? ¿La muerte acaso
A todo hiere con sus negras alas?
Entre las nubes de encendidas balas
¿No podrá mi valor abrirse paso?

¡Y yo pude temblar, necio y cobarde!
Mañana cuando el sol haya apagado
Su antorcha en los celajes de la tarde
¿Quién osará decir que yo he temblado

Tiemble aquél cuyo brazo con la tea
El odio armó, o en la ambición se lanza;
Nunca en mis manos temblará una lanza
Que defiende a la patria en la pelea.

Al combate, al combate, no más calma,
Emoción del peligro ¡yo te ansío!
Que al fuego del valor templado el alma
Recobre altivo su indomable brío.

¡Qué hermoso es el corcel, cuando tendido
Al rumor de los bélicos clarines,
Barre la arena con sus largos crines
Al par que con su ardiente resoplido!
Y como un par de acero refulgente

Girando en caprichosos oleajes
Lanzas, pendones, sables y plumajes
Avanzan en tropel confusamente.
Y selvas de apiñadas bayonetas

En la inflamada atmósfera vomiten
Nubes de fuego, en tanto que repiten
Los ecos del sonar de las trompetas.
Y se oigan en confusa gritería

Del ataque el clamor, voces de mando,
Y el rugir de la ronca artillería
Los aires con estrépito rasgando.
¿Quién no hará entonces de valor alarde?

¿Quién sordo al eco del marcial estruendo
En más la vida que el honor teniendo,
Huirá el peligro, el corazón cobarde?
Nadie: que todos buscaran la gloria,

Y al centro de las huestes enemigas
Iremos a clavar en sus lorigas
Los pendones que anuncien la victoria.
¡Y qué dulce será para el soldado,

Aún coronado de fatiga y gozo,
A su patria anunciar con alborozo
Nueva feliz del triunfo conquistado!
¿Qué hermosa entonces de su noble pecho

Rechazará el amor y sus caricias?
Cuando la gloria brinda en su lecho
¿Podrá el amor negarnos sus delicias?

Entonces, a los bélicos redobles
Sucederán cariños hechiceros:
La gloria y el amor son compañeros
Y por amor y gloria somos nobles.

Calló el guerrero: el alma enardecida
Fingió sueños de gloria y de fortuna,
Y en su lecho de nubes adormida,
Blanca en el cielo apareció la luna.


Reflexiones de un centinela en la víspera del combate, Natalicio Talavera.
La canción de los felices días,
ha traído el viento melodioso,
con la mágica voz que despierta
los lirios ignotos.

Con celeste reír ha venido
en la tarde blanca;
cuando, junto al estanque, conversan
jazmines de Arabia.

¿Ha venido del bosque dorado,
de las lejanas islas auroras,
o de estrellas azules que brillan
de esperanza y amor melodiosas?

Hay dulzura en la quinta del valle,
en la brilladora lejanía;
y hay un ángel que canta en la niebla
la canción de los felices días.


La canción de los días felices, José María Eguren.
Estoy al borde de ser borde,
me lo noto.
El precipicio crece,
estoy cansada.
Estoy al borde de ser borde,
estoy a punto
de nieve
mucha nieve. Estoy helada.

Estoy al borde de ser borde
y duele mucho.
¡Dios mío, hazme mediocre!
Estoy cansada
de apostarme la vida a cada instante,
de ir desnuda y verter en todo el alma.

Déjame que me quede aquí
en el medio,
envuelta en celofán,
bien razonada.

Dame mesura, Dios,
dame mesura,
mesura chapucera y cotidiana.

Hazme mediocre, Dios,
hazme mediocre.
En vez de corazón
una ensaimada.
Y el alma en tetra-brik
para que dure....

Ten compasión
y hazme desnatada.


Desnatada, Belén Reyes.
Un soneto me manda hacer Violante;
en mi vida me he visto en tal aprieto,
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y aún parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
que estoy los trece versos acabando:
contad si son catorce, y está hecho.


Soneto de repente, Lope de Vega.
Se me hiela la voz en la garganta.
Mi voz más dulce, con la que solía
hablar de amor a solas, se me enfría
aprisionando todo lo que canta.

¿O es una voz distinta ésta que tanta
tristeza dice que ensombrece al día?
En lentos remolinos de agonía
mi voz, ceniza densa, se levanta.

Fino polvo sutil de mi tristeza
conducido en pausados giros quedos
a las más nimias cosas por el viento!

Todo es ya gris, y tengo la certeza
que, de tocarlo todo, vuestros dedos
tendrán la mancha de mi desaliento.


Se me hiela la voz en la garganta, Ángel González.
Bella ciudad de amor amurallada
y patrimonio de la humanidad,
que brilla con luz propia en la alborada
entre brisas de afecto y hermandad.

Tú luces en la Patria cual la reina
que muestra al universo su belleza,
como palmera que la brisa peina
en edén de sin par naturaleza.

Por tus calles transita la alegría
con visitantes que a la heroica llegan
y en los aires se siente la armonía
de sonidos tropicales que impregnan.

De tu cielo con limpias aureolas
se escucha el eco de osados patriotas,
que imploraron a las hueste españolas
libertad de los esclavos o ilotas.

Tu viejo Castillo de San Felipe
es escenario de grandes reuniones,
que tienen la opresión como fetiche
para lograr la unión de las naciones.

En tus aguas dormita el Buque Gloria
con marinos de honor y honestidad,
que sobre olas escriben bella historia
como héroes con sangre en heredad.

¡Oh! Cartagena de sin par nobleza
tachonada con hitos libertarios,
Yo quisiera que brille tu grandeza

bajo rayos del sol sin adversarios.

Cartagena, Héctor Cuervo.
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En que satisface un recelo con la retórica del llanto

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.


Soneto, Sor Juana Inés de la Cruz.
Si acaso, Fabio mío,
después de penas tantas
quedan para las quejas
alientos en el alma;

si acaso en las cenizas
de mi muerte esperanza
se libró por pequeña
alguna débil rama,

adonde entretenerse,
con fuerza limitada,
el rato que me escuchas
pueda la vital aura;

si acaso a la tijera
mortal que me amenaza
concede breves treguas
la inexorable parca,

oye en tristes endechas
tiernas consonancias
que al moribundo cisne
sirven de exequias blandas.

Y antes que noche eterna
con letal llave opaca
de mis trémulo ojos
cierre las lumbres vagas,

dame el postrer abrazo,
cuyas tiernas lazadas,
siendo unión de los cuerpos,
identifican almas.

Oigo tus dulces ecos,
y en cadencias turbadas
no permite el ahogo
entera la palabra.

De tu rostro en el mío
haz amoroso estampa
y las mejillas frías
de ardiente llanto baña.

Tus lágrimas y mías
digan equivocadas
que aunque en distintos pechos
las engendró una causa.

Unidas de las manos
las bien tejidas palmas,
con movimientos digan
lo que los labios callan.

Dame, por prendas firmes
de tu fe no violada,
en tu pecho escrituras,
seguros en tu cara;

para que cuando baje
a las estigias aguas,
tuyo el óbolo sea
para fletar la barca.

Recibe de mis labios
el que, en mortales ansias,
el exánime pecho
último aliento exhala.

Y el espíritu ardiente,
que vivifica llama
de acto sirvió primero
a tierra organizada,

recibe, y de tu pecho
en la dulce morada
padrón eterno sea
de mi fineza rara.

Y adiós, Fabio querido,
que ya el aliento falta,
y de vivir se aleja
la que de ti se aparta.


Si acaso, Fabio mío… Por Sor Juana Inés de la Cruz.
141
Glosa que explica conceptos de amante.


Luego que te vi, te amé:
porque amarte y ver tu cielo
bien pudieron ser dos cosas,
pero ninguna primero.


De mi vida la conquista
tuvo término en quererte;
y por que jamás resista,
Celia, hasta llegar a verte
solamente tuve vista;
pero, aunque luego te amé,
como para que te amara
necesario el verte fue,
porque vista no faltara,
luego que te vi, te amé.
Pero viendo mi ardimiento,
señora, tu tiranía
quiso, con rigor sangriento,
castigar como osadía
lo que en mí fue rendimiento.
Ofendióte mi desvelo;
mas no porque mi destino,
incitando mi anhelo,
ofenderte quiso, sino
porque amarte y ver tu cielo.
Y el no querer estimar,
fue por no dar a entender
que yo te pude obligar,
como si el agradecer
fuera lo mismo que amar:
que el mostrarse las hermosas
en ocasión oportuna
ya obligadas, ya amorosas,
aunque casi siempre es una,
bien pudieron ser dos cosas.
Mas con razón estás dura:
pues para tenerme atado
en mi amorosa locura,
era superfluo tu agrado,
sobrándome tu hermosura;
y así, justamente, esmero
en tu servicio finezas;
pues que tiene el mundo infiero,
después de ti mil bellezas,
pero ninguna primero.


Sor Juana Inés de la Cruz.
Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba
procuraba que fuese más crecida.

Toda en su mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro
rendido el corazón, daba penoso
señas de dar el último suspiro.

no sé por qué destino prodigioso
volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?


Con el dolor de la mortal herida… Por Sor Juana Inés de la Cruz.
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Un campesino que en su alacena
guardaba un queso de nochebuena,
oyó un ruidito ratoncillesco
por los contornos de su refresco.
Y pronto, pronto, como hombre listo
que nadie pesca de desprovisto,
trájose al gato, para que en vela
le hiciese al pillo la centinela.
E hízola el gato con tal suceso,
que ambos marcharon: —ratón y queso.

Gobierno dignos y timoratos,
donde haya queso no mandéis gatos.


El gato guardián, Rafael Pombo.
Que escribió curioso a la madre Juana para que le respondiese


En pensar que me quieres, Clori, he dado,
por lo mismo que yo no te quisiera;
porque sólo quien no me conociera,
me pudiera a mí, Clori, haber amado.

En tu no conocerme, desdichado
por sólo esta carencia de antes fuera;
mas como yo saberlo no pudiera,
tuviera menos mal en lo ignorado.

Me conoces, o no me has conocido:
si me conoces, suplirás mis males.
Si aquello, negaráste a lo entendido;

si aquesto, quedaremos desiguales.
Pues ¿cómo me aseguras lo querido,
mi Clori, en dos de Amor carencias tales?


Soneto, Sor Juana Inés de la Cruz.
2025/06/14 08:30:31
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